INTRODUCCIÓN
Mi propósito en este trabajo, es discutir algunos aspectos del tratamiento de Jorge, un niño de 9 años que vivió desde la edad de 2 años en un orfanato y que por lo tanto no tuvo la oportunidad de experimentar los beneficios de una vida familiar o del cuidado materno.
Hasta hace poco, los niños en estas circunstancias eran considerados inalcanzables a través de la psicoterapia, debido a la gran dificultad que tenían para aceptar cualquier relación ofrecida, y a la hostilidad con la que reaccionaban a esta posibilidad.
Mi experiencia con Jorge concuerda con el punto de vista de Mary Boston cuando afirma que “el trabajo de interpretación, siguiendo la línea psicoanalítica, es posible con estos niños; pero existen dificultades considerables para poder soportar las emociones violentas que se despiertan” (M.Boston 1972).
En niños que han sido privados severamente privados de afecto, atención y cuidado, la emotividad es utilizada para crear una dura coraza que es usada defensivamente como protección ante la posibilidad de experimentar un nuevo dolor emocional.
Uno de los aspectos más difíciles del tratamiento de estos niños, es la lucha para ganar su confianza y establecer una alianza terapéutica. Esta confianza, ha sido quebrantada muchas veces al momento en que arriban al tratamiento.
Antes de discutir la historia de Jorge y su terapia quisiera reflexionar brevemente sobre el encuadre en que tomó lugar el tratamiento. Traté a Jorge en un colegio diurno para niños desadaptados al cual él acudía en es momento y en el que yo trabajaba en calidad de psicoterapeuta infantil. El tratamiento duró 2 años y medio y lo veía 3 veces por semana. Durante ese tiempo llegué a familiarizarme con una serie de problemas específicos que corresponden al tratamiento intensivo de un niño en un encuadre escolar.
El primer punto a considerar aquí, es la relación entre el terapeuta y el profesorado. Sin una estrecha cooperación, ningún tratamiento puede tener éxito. Esto se debe a dos razones principales:
Otro aspecto a considerar es la dificultad de mantener la transferencia dentro de los límites apropiados. Contrariamente a lo que ocurre en una clínica, donde un terapeuta sólo ve al niño durante la hora de su sesión, el trabajo en un encuadre escolar hace casi inevitable el encuentro con el niño fuera del consultorio. Los niños pueden ver al terapeuta hablando con profesores, tomando un refrigerio, o deambulando por el edificio escolar. Yo encontré, del mismo modo que Jackson (1970), que límites tan poco claros, despiertan celos y envidia, y estas mociones pueden debilitar la confianza del niño y sabotear la alianza terapéutica.
Además, los sentimientos de celos y rivalidad se agudizan cuando niños que comparten un mismo terapeuta se encuentran en contacto cotidiano. Además hay otra división: los niños que están en terapia y los que no lo están.
El momento mismo en que el niño debe asistir a su sesión, presenta sus problemas. La responsabilidad por el niño en tránsito desde diferentes lugares y circunstancias en el colegio al consultorio implica delicadas negociaciones en cada caso, ya que impone una carga adicional sobre maestros y auxiliares que se encuentran trabajando en circunstancias de gran tensión.
Inicialmente hice el experimento de ir a buscar yo mismo a los niños, pero lo hallé contraproducente, ya que generaba un territorio de contacto paciente/terapeuta que favoreciá la dispersión del encuadre terapéutico, en contraposición a la atmósfera contenedora y limitadora del consultorio. Una circunstancia negativa adicional era el efecto movilizador que la presencia del terapeuta yendo a buscar a su paciente a clase, generaba en los niños que no se encontraban en terapia.
Por otra parte, en el territorio de los adultos, hay un delicado equilibrio que debe ser custodiado con esmero.. Si bien los educadores, en general, perciben la presencia de un terapeuta como un elemento auxiliar de gran importancia desde el punto de vista del manejo de problemas que escapan a su esfera de dominio y responsabilidad, por otra parte, la confidencialidad es siempre un problema ya que implica territorios de impenetrabilidad a su autoridad.
Esto implica un posible conflicto. Si el equipo docente percibe al terapeuta como una autoridad ajena al equipo, sus integrantes pueden sentirse menoscabados y desarrollar hacia el terapeuta una actitud hostil y de rechazo. Por lo tanto, debe mantenerse un equilibrio entre la necesidad de conservar la privacidad de le relación terapéutica, custodiando así la confianza del niño, y la necesidad de brindarle al profesorado la información necesaria para el correcto desarrollo de su tarea docente y asegurar su apoyo al tratamiento. Es importante que los maestros puedan sentir que también ellos se benefician con el tratamiento del niño ya sea por su progreso terapéutico, expresado a través de una mejora en su conducta, o bien a través de una comprensión más profunda de los parámetros que rigen esa conducta.
Finalmente debemos considerar que en Inglaterra los colegios tienen 6 períodos vacacionales por año. Esto es de especial relevancia en niños con el tipo de carencia a que nos estamos refiriendo, ya que son particularmente sensibles a las separaciones.
Cada separación revive el dolor de la pérdida original llevándolos al territorio, en su historia, donde fueron abandonados y rechazados.
El terapeuta debe poder mantener esto en mente.
Historia Temprana
Jorge nació en Londres de padres negros del Caribe. El es el segundo hijo ilegítimo de su madre. A los dos años fue entregado por ella a un hospicio junto con Sharon, su hermana mayor, quien regresó al hogar maternal unos años más tarde. La madre tuvo luego otras dos hijas y todas las mujeres vivieron juntas.
Jorge nunca regresó a la casa de su madre, y ella nunca ha demostrado ni interés ni concinecia de las necesidades de Jorge.
Su contacto con él ha sido muy esporádico e insuficiente para desarrollar un vínculo de confianza. Largos períodos transcurrían sin que ella viese a su hijo y sin que nadie supiese su paradero. Ella decía que no quería ver a su hijo porque le recordaba la muy infeliz relación que tuvo con el padre del niño. Ocasionalmente lo visitaba e intentaba compensar su ausencia por medio de regalos.
No sabemos nada acerca del nacimiento de Jorge ni de su historia temprana. Su madre si se interesó por sus tres hijas y parece llevarse bien con ellas. En oposición a esto la relación madre hijo resulta invariablemente del esfuerzo de la trajadora social del niño.
A pesar de todos los esfuerzos de ésta última, el resultado ha sido muy pobre. Se desconoce al padre de Jorge.
Para el momento en que lo conocí, Jorge ya había sido colocado en 6 orfanatos y en dos situaciones adoptivas que fallaron. El primer intento de adopción ocurrió cuando tenía 5 años y terminó luego de un mes. El segundo intento, cuando tenía 7 años, también se desbarató rápidamente. Se desconocen las causas.
En cada caso, regresó al orfanato en el cual había vivido desde los 5 años y al cual estaba fuertemente apegado. Tenía una relación particularmente fuerte con el Superintendente del orfelinato y su mujer, quienes siempre habían demostrado un particular afecto hacia él.
Fue derivado a nosostros en la escuela porque era extremadamente difícil de manejar en una escuela normal; ya que era a menudo agresivo, muy inquieteo y se escapaba permanentemente. Desde que comenzó a ir a la escuela, raramente completaba un día de asistencia. Cuando se le pedia un trabajo, o cualquier otra cosa, salía corriendo de la clase y del colegio. A los pocos días de estar ya sacaba a grupos de niños fuera del colegio, y a menudo, llegaba temprano y los recogía antes de comenzar la hora de clase. Esto condujo a crecienes problemas con los padres de los otros niños.
Pese a su difícil historia, era querido por quienes lo cuidaban y se relacionaba de manera positiva con el profesorado. Era un niño de mediana inteligencia y por lo general muy vivaz. Tenía ciertos síntomas físicos que aparecieron desde muy temprana edad y persistieron. Estos eran el asma y la eneuresis.
FASES INICIALES DEL TRATAMIENTO
Jorge estaba por cumplir 9 años cuando fue derivado para tratamiento. Ya desde un tiempo antes había comenzado a intentar llamar mi atención de diversos modos; ya fuese forzando la entrada a mi consultorio o cruzándose repentinamente en mi camino. Me paraba en los pasillos del colegio y me preguntaba con enorme curiosidad que que había en ese cuarto, y si yo veía a otros niños porqué era que no podía verlo a él. Yo tenía que sujetarlo para impedir que entrase al consultorio y debía alzarlo y sacarlo en brazos como a un bebé. Jorge obtenía gran placer de estas situaciones.
A continuación describiré la primera y la segunda entrevista diagnóstica; y luego la primera y la segunda sesión luego de la primera vacación, ya que algunos de los temas más importantes de su terapia se anunciaron en esta primera etapa. He dejado de lado las interpretaciones que hice en ese momento en la intención de preservar la fluidez del proceso y he añadido mis comentarios al final de cada sesión.
Primera Entrevista Diagnóstica
Jorge fue traído por la Directora de la escuela quie nos presentó formalmente y luego se fue. Lo invité a pasar al consultorio. Entró entusisamado y se detuvo al pié de una mesa donde yo había colocado una serie de juguetes, un camión con una grúa, un automóvil, vagones de tren, una vaca, un toro, tres terneros, una familia de chanchos, una familia de leones y algunos lápices de colores. Jorge miró los juguetes y luego se sentó en una silla frente a la mesa.
Le pregunté si sabía porqué estaba aquí y respondió que sí. La Directora le había dicho que yo lo iba a ayudar a retornar al colegio normal. Dijo que tenía muchas ganas de venir y sonrió con malicia cuando le recordé las veces que había intentado forzar su entrada al consultorio.
Acordamos encontrarnos algunas veces para ver como se sentía conmigo. Luego le señalé que los juguetes eran para él y que se los guardaría en una gaveta al final de cada sesión, hasta la próxima vez. Sonrió y me preguntó si yo hacía lo mismo con Carlitos, otro chico que yo atendía, y si él tenía un lugar propio también. Cuando le pregunté que pensaba él al repecto, se tornó tímido y no contestó. Luego saltó de la silla y comenzó a tocar todos los juguetes. Juntó los vagones en hilera, los ató al camión y puso a uan familia de animales en cada vagón. En el vagón delantero colocó la familia de chanchos, en el segundo las vacas y en el tercero los leones. Luego hizo que el león del último vagón fuese hasta el primer vagón, recogiese un chanchito y regresase a su vagón. Dijoque le chanchito había sido herido por el león y lo dejó caer. Había un automovil detrás del vagón de los leones que dijo que estaba mirando y colocó al chanchito en el baúl y lo llevó al veterinario. Luego produjo una pelea entre el toro y el león con todos lo animales mirando y el toro fue herido. A continuación ordenó todos sus juguetes en la gaveta y comenzó a pasearse de un lado a otro de la habitación, deteniéndose a mirar por la ventana. Luego girando hacia mi dijo que ya no sabía de que más hablar. Se sentó en una silla y empezó a tamborillear con sus manos. Comentó que sabía tocar el tambor. Se acercó al escritorio y empezó a batir otro ritmo.
La hora había terminado y acordamos encontrarnos la semana siguiente. Me preguntó si podía ir al baño, lo acompañé a la puerta del baño y luego fui con el a la oficina de la Directora.
Comentarios
Desde un principio un fuerte elemento de idealización puede vislumbrarse. Se manifiesta en la rapidez con que entra al consultorio, las altas expectativas depositadas en la terapia y su entusiasmo por continuar acudiendo. También se hallaba presente un intenso sentimiento de inseguridad, que parecía estar relacionado con el hecho de que ésta era una entrevista diagnóstica y con su preocupacion acerca de si yo lo aceptaría o no. Intentó ocultar estas ansiedades detrás de una fachada seductora; tenía que mostrarse atractivo y simpático. Ser él mismo no parecía ser suficiente ya que al fin y al cabo esto no había logrado hacerlo aceptable por su madre.
Al poco tiempo las primeras señales de rivalidad y celos hacia mis otros pacientes, sus hermanos analíticos, comenzaron a aparecer. También sus sentimientos de angurria. Así que la cuestión de quien se hallaba incluido, quien excluído, y quien recibe que, estaba presente desde el comienzo.
Observando la próxima secuencia desde este ángulo podríamos decir que el camión me representa a mí, y los vagones a mis dstintos pacientes. Jorge es representado por el vagón de los leones, el último en la fila, mi último paciente. Muy rápidamente la situación se torna insoportable, y el león, que es una parte de él, debe introducirse en los otros dos vagones hiriendo al chanchito y al toro. Esto parecería expresar que cuando se siente excluído puede volverse un león enojado, e incluso hiriente.
Estas emociones se proyectan en mi y por lo tanto este león enojado, intruso e hiriente, también representa su temor hacia mi y hacia la terapia que puede introducirse en su mundo interno y herir sus partes vulnerables. También está presente un aspecto esperanzado y optimista representado por la secuencia en la que el chanchito herido es visto, recogido y llevado al veterinario para ser curado.
Segunda Entrevista Diagnóstica
Entró sonriendo, con un par de zapatos escondidos bajo el pulóver, diciendo que se los había sacado a un muchacho y preguntándome si debería devolverlos. Le devolví la pregunta. Salió, devolvió los zapatos y regresó. Me pidió agua y comenzó a beber de la canilla. Miró algunas de las cosas que estaban sobre la mesa y yo le expliqué que era el resto de su material (una familia: abuelo, abuela, padre, madre, hermano, hermana y bebé, y un poco de plastilina). Dijo que tenía que tenía que tomar sus juguetes de la gaveta. Quería abrir la gaveta con la llave pero le dije que yo lo haría.
Empezó sacando el camión y el automóvil pequeño. Luego sacó del bolso a la familia y la colocó detrás del camión. Sacó los animales y dijo que la familia iba a hacer un paseo al zoológico.
Llamó al niñito “Kiddo” (argot que se traduce como “muchachito”) y dijo que Kiddo estaba conduciendo, pero colocó al hombre al volante y a Kiddo a su lado, con el resto de la familia en la parte trasera del camión. Cuando llegaron al zoológico, sacó a Kiddo del camión y lo sentó sobre el lomo del león, mientras que colocó al resto de la familia debajo de la mesa; dijo que habían ido al veterinario. Kiddo y el león se fueron a América, y Kiddo se llevó mil libras consigo.
Una vez que cruzaron el mar, ambos se subieron al camión. Luego de viajar un rato, el león dijo que quería buscar a la leona, “pero como no la vio, la olvidó, y nunca más se acordó de ella”.
Kiddo había robado mil libras de la familia para el viaje, la cual tuvo que vender el auto y dejar la casa para tratar de recuperar el dinero, pero lograron volver a casa. Mientras tanto, Kiddo y el león continuaban su viaje y Jorge decía que eran buenos amigos.
Luego de esto hubo una escena en la cual se produjo una gran pelea entre todas las mujeres, “y todas murieron”. Kiddo se entrometió y rescató al bebé, y se lo llevó. Explicó que Kiddo y el bebé eran el mismo porque el bebé era Kiddo de pequeño. La sesión terminó allí.
Acordamos que nos encontraríamos regularmente (una vez por semana). Estaba muy satisfecho. Guardó todas sus cosas y me pidió la llave para cerrar si gaveta. Se la di y primero trató de emplearla para tratar de abrir otras gavetas.
Comentarios
El comienzo de esta sesión puede concebirse como un intento por su parte de clarificar la situación de terapia en su mente y de tratar de averiguar cuál era mi papel y mi lugar en ella y cuál era su papel y cómo íbamos a relacionarnos. Lo hace planteando tres preguntas o retos diferentes: (a) ¿Puede incorporar sus partes más negativas o delincuentes a la sesión? Y en caso afirmativo, ¿qué sucederá? (b) ¿Quién es responsable de cuidar los límites del tratamiento (quién tiene la llave)? (c) ¿Quién llevará el volante?
La secuencia de la separación de Kiddo y su familia puede tomarse como una reejecución simbólica de la separación original de su madre. El viaje a América con el león puede considerarse como una versión idealizada de nuestra relación. Iríamos a Amércia, tierra de esperanza, tierra prometida, y las mil libras pueden pensarse como un sustituto material por la pérdida de la familia (una especie de compensación).
En la secuencia del león buscando a la leona podemos observar dos cosas (a) Una explicación de cómo trata él de manejar las cosas dolorosas en su vida (por ej. separaciones). Cuando no están a la vista parecen ausentarse de su mente y “él nunca vuelve a pensar en ellas” (b) También puede verse como expresión de su preocupación por cualquier otro interés mío (por ej. mis otros pacientes, el colegio, mi familia, etc.) y un intento de separarme de ellos para que él y yo podamos permanecer en una relación ideal y exclusiva.
Cuando fallan sus defensas se avivan su inseguridad y sus celos. Una parte suya delincuente y cruel lo arrebata y se apodera de él (el dinero se convierte en dinero robado, la familia que acudió al veterinario es destruida y finalmente a todas las mujeres se las mata en esa gran pelea). También puede verse como reflejo de la fragilidad de su mundo interno; todo puede destrozarse fácilmente.
Kiddo rescatando al bebé y relacionándolo consigo mismo puede verse como: (a) un intento de integrar una parte suya y rescatarla de todo ese caos desorden y destrucción, y (b) la expresión de una comprensión del proceso en el cuál íbamos a embarcarnos (en algún lugar, un bebé necesitaba ser encontrado, rescatado del campo de batalla y recogido)
Primera sesión
Jorge no estaba en su clase cuando fui a buscarlo y llegó a mi habitación unos minutos después diciendo que había estado tonteando (yo había arreglado con él cambiar el día de la sesión. Trató de correr al cuarto interior y excluirme cerrando con llave, pero no tuvo éxito. Luego quiso abrir la gaveta él mismo con la llave. No se lo permití y lo hice yo mismo. Sacó al león y al muchacho y jugó con ellos un rato sin dejarme ver lo que hacía. Luego de un rato me preguntó cuál era la gaveta de J (un muchacho a quién él sabía que yo veía). Cuando no recibió respuesta dijo que no quería quedarse en el cuarto. Trató de salir corriendo y tuve que detenerlo. Intentó excluirme del cuarto entrando y saliendo. Una vez dentro intentó abrir todas las gavetas y empezó a treparse por la cañería. Luego dijo que no le gustaba venir en ese día de la semana, que prefería el día que había tenido anteriormente. Mirando por le ventana empezó a escupir contra el vidrio.
Comentarios
La parte inicial de la sesión en la cual me deja esperando, intenta excluirme del consultorio y finalmente quiere agarrar las llaves de la gaveta pueden verse como el intento de Jorge de ponerse en mi lugar invirtiendo la verdadera situación, convirtiéndose él en terapeuta (papá) a cargo del tratamiento (la mamá). Está tratando de liberarse de sentimientos demasiado dolorosos de soportar, proyectándolos dentro mío (tener que esperarme de una sesión a otra; sintiéndose excluido a llave cuando no está en el consultorio; dependiendo de mí para decirle cuando tiene que venir, cuándo debe marcharse. Todas esas cosas le son insoportables).
El que aparezca otro paciente mío es experimentado por él como un forzoso recluirse y un abandono total a la merced de sus fuertes emociones.
Sus intentos de forzar entrada a la gaveta y sus dificultades para permanecer dentro del consultorio pueden verse como expresión de lo que le sucede a él cuando se siente excluido. Entonces lo arrebata la rabia, y como no la puede contener, explota.
Otra manera de expresar esto es que se siente excluido, con rabia intenta forzar su entrada y luego teme estar atrapado adentro y tiene que salir explosivamente.
La cólera de esta sesión se relaciona con el cambio del día de su sesión, se siente como si él hubiese sido escupido (proyectado violentamente) fuera de su hora previa.
Solamente se siente seguro trayendo su rabia a la terapia en la que ha asegurado su lugar ya que he comenzado a verlo regularmente.
Primera sesión después de las vacaciones
Jorge andaba correteando por el patio de juegos con otro muchacho burlándose de un profesor que trataba de agárralo. Luego de mucha provocación el profesor logró agarrarlo y me lo entregó. Lo tomé firmemente de la mano y me lo llevé al consultorio.
Al entrar se sentó sobre el radiador y me preguntó porqué tenía que venir a verme. Quería saber si esto era para que él regresase a su colegio normal y si ese era el caso porqué nunca hablábamos del colegio normal y quería que yo supiese que, aparte de eso, él no tenía ningún problema. A continuación, se bajó del radiador y empezó a escupir por toda la habitación. Luego tomó un carboncillo y trató de escribir sobre las paredes, cuando lo detuve, físicamente, me dijo, indignado, que yo no le había dicho que no podía marcar las paredes. Se fue al lavamanos, recogió unas palanganas pequeñas, las llenó de aguay deijo que iba a hacer una bomba que haría reventar todo. Dijo que me la iba a tirar si me acercaba y me arrojó un poco de agua. Cuando hizo esto se asustó y me dijo que había sido un accidente. Yo le quité las palanganas y las guardé. El sacó unos lápices de color de su caja de juego y empezó a escribir sobre el tablero. Mirándome me dijo, con un tono desafiante: “ud se cree que es un macho, con esas botas de mujer que lleva”. Luego escribió sobre el tablero: “te quiero” y rápidamente lo cubrió de garabatos. Luego dijo: “ud no entiende jerigonza (back-slang)” y empezó a escribir garabatos en el tablero diciendo que era jerigonza.
Abrí una caja mía para buscarle una tiza. El rápidamente dio un salto y trató de mirar adentro. Aunque estaba vacía, pensó que estaba llena y dijo admirado y sin haber podido mirar bien: “cuántos juguetes”. Pensó que había visto una pistola y dijo que la quería; y luego quiso darme su camión y su vagón de tren diciendo que quería cambiarlos por la inexistente pistola.
Tomó una hoja de papel y comenzó a dibujar sobre él, preguntándome todo el tiempo si yo sabía lo que era. Dibujó un perro e hizo unos garabatos. Luego me miró y dijo: “apuesto a que usted pensó que era jerigonza”.
Me dijo que había cumplido 9 años hacía dos días. Dibujó a una mujer embarazada empujando un cochecito de bebé y luego empezó a dibujar automóviles y me preguntó cuál era el más veloz. Cuando llegó la hora de marcharse se fue con muy pocas ganas.
Cometarios
Haciéndose tan el difícil al comienzo de la sesión me estaba expresando sus sentimientos hacia mi durante las vacaciones. Al mismo tiempo me atacaba públicamente mostrándole a todo el mundo lo terrible que era tener que venir a mi encuentro.
La bomba representa su cólera explosiva y su dificultad de mantenerla dentro de él. Pese que menciona el regreso al colegio normal, me demuestra lo contrario con su comportamiento inapropiado. Me está diciendo que no puede regresar.
El retarme y rebajarme son intentos de poner en mí sus sentimientos de desvalorización, los cuales son demasiado dolorosos de soportar.
Luego de liberarse de la furia y del desorden logra modificar la cualidad de lo que ofrece y permanecer más en contacto con sus emociones.
Su preocupación por si puedo comprender jerigonza es manifestación de una preocupación más profunda: se pregunta si yo podré comprenderlo a él y a su doble sentido (si podré ver los sentimientos de afecto debajo de los garabatos). Esto era muy importante para él, porque cuando entraba en cólera perdía contacto con sus partes tiernas y vulnerables, por lo tanto era fundamental para él que yo las conservase en mi mente y no me las olvidase. Hoxter toca este punto cuando escribe que “para niños emocionalmente necesitados es muy importante el recordar, porque una de sus mayores privaciones es el no ser recordado” (Hoxter-1980).
En el incidente de la caja, sus sentimientos de exclusión vuelven a ponerse en evidencia, aunque esta vez parece más capaz de contenerlos. La pistola parece representar la potencia y la adultez que yo debería darle de una manera mágica sin que él tenga que trabajar y sufrir para lograrlas.
Muy pronto quedó claro que las necesidades de Jorge eran excesivas para poder ser colmadas con una sola sesión por semana. El espacio entre sesiones era demasiado grande para él haciéndole insoportable el tener que esperar toda una semana. al mismo tiempo, experimentaba mi presencia en el colegio los días que no lo veía como un tormento y una provocación. Logró transmitirme esos sentimientos de una manera inequívoca; tratando de irrumpir en el consultorio los días que no tenía sesión o buscándome o siguiéndome por el colegio diciéndome que vendría ese día pese a no ser día de sus sesión, o proponiendo cambiar su día por otro, etc.
Tres meses después de haber comenzado terapia y habiendo discutido extensamente la situación y sus sentimientos al respecto, ambos acordamos aumentar el número de sesiones a 3 por semana y este arreglo permaneció fijo durante el resto del tratamiento.
EL TRATAMIENTO
Reflexionando sobre el tratamiento de Jorge, uno de los aspectos más sobresalientes era la cantidad de violencia y destructividad evidenciada durante el curso de la terapia. Me es útil pensar en ellas como manifestaciones externas de profundos sentimientos de indignación y rabia causados por la terrible experiencia de ser abandonado por su madre a una edad tan temprana.
Durante el curso de esta terapia su tragedia original sería revivida un y otra vez de mil maneras. Tendríamos que viajar juntos a través de los laberintos de su mente, por rincones oscuros donde sus pesadillas y sus miedos reinaban sin oposición. Además de ser testigo y compañero de su viaje, me serían asignados diversos roles. En la relación transferencial, a veces Jorge me percibiría como una madre encallecida que la pasaba muy bien sin gastar ni un pensamiento en él, o como un padre cruel que gozaba causándole dolor, y en esta constelación el sería el niño rechazado que sufría por el abuso de los adultos. En otros momentos, los roles se invertirían y él me colocaría a mí en la posición de pobre niño abandonado, víctima de las circunstancias, que debería ser dejado, atacado y herido, mientras él se identificaba con un padre sádico (que atacaba y causaba dolor), o con una madre desinteresada por el niño al que no le importaba abandonar.
A menudo me usaba como un banco, en el cual depositaba sus emociones, especialmente las más dolorosas cuándo éstas se tornaban demasiado intensas. Podemos utilizar un breve ejemplo de su material para ilustrar esta observación. Escribió en su cuaderno: “mi madre es una escoria”. Dos minutos más tarde se acercó y empezó a darme golpes furiosamente mientras me acusaba de haber insultado a su madre.
A veces su rabia podía apoderarse de él y dominar toda la sesión, dejando poco campo para pensar. En estos momentos, Jorge se perdía del mundo externo dominado y a la merced de sus poderosos sentimientos de destrucción y devastación. Muy a menudo estos sentimientos eran dirigidos a mí.
Se expresaban como ataques cuyo objetivo principal era impedir que yo pensase acerca de lo que le estaba ocurriendo ya que experimentaría mis pensamientos como muy persecutorios. Trataba de obligarme a reaccionar desde mis entrañas a lo que él hacía y no desde un nivel mental. Es decir, que trataba de arrástrame hacia abajo desde un nivel cuidadoso y reflexivo, a un nivel visceral en el cual se sentiría menos separado de mí. Yo experimentaba estos momentos como si tuviese un bebé lleno de rabia atrapado dentro de mí que trataba de destruir todo negándose a ser aliviado o consolado en su miseria. Sólo quería llenarme de su desorden y desordenarlo todo.
Esto me lleva a un aspecto importante del tratamiento; la función del contenido y los diversos significados que tenía para él.
Señalaré primero la contención física. Cuando él entraba en cólera, con frecuencia yo tenía que contenerlo físicamente. Esta contención era entonces un límite externo que ayuda a protegernos a ambos de sus emociones destructivas. También le proporcionaban límites firmes, los que eran muy importantes cuando era conquistado por sus temidos sentimientos de estar a punto de explotar o desintegrarse.
Sus reacciones a este tipo de contención variaban enormemente, desde acercarse a mí, dándome su mano, pidiéndome que se la tomara y luego durmiéndose como un bebé satisfecho; hasta sentirse totalmente perseguido y atrapado, cuando yo debía contenerlo para protegernos a él, a mí y a la habitación de sus ataques.
Pero la manera más importante de contener a Jorge era la de tenerlo en mente, y sobre este punto fui puesto a prueba una y otra vez. Él le daba una gran importancia a mi memoria y siempre se sorprendía placenteramente cuando notaba que yo recordaba algún detalle de algo que él había dicho o hecho en una sesión previa. Boston (1983) dice que los niños en instituciones a menudo experimentan cambios de personal como cambios de madres que llegan si memoria. Por esta razón era esencial que yo llevase en mi mente, no sólo su historia de vida y su historia terapéutica, sino también las diversas partes suyas con las cuales a menudo perdía contacto.
El ejemplo antes citado ilustra bien este punto. Era decisivo que en la mitad de actuación insensata (sin raciocinio) quedase en mi mente la parte de él que sufría y con la cual había perdido contacto porque el dolor era demasiado grande para soportarlo. Esta dependencia de mi memoria lo ayudó a empezar a desarrollar los rudimentos de un sentido interno de seguridad. Aunque todavía se perdía había dentro de él, a veces, alguna confianza de que en algún lugar había un terapeuta-papá o una terapeuta-mamá a quién él le importaba lo suficiente como para ir a buscarlo, encontrarlo, ordenar su desorden y traerlo de vuelta.
La batalla por su confianza ocurrió a lo largo de todo su tratamiento y ambos debíamos luchar cotidianamente para mantenerla viva. Esta constante predisposición a perder confianza se relaciona con sus tempranas experiencias de abandono, cuando lo que sintió es que lo dejaron caer y lo olvidaron. Estos sentimientos estaban siempre presentes en las sesiones y hacía falta muy poco para precipitarlos, ya fuese una distracción momentánea de mi atención, el intervalo entre las sesiones, los fines de semana, las vacaciones, mis otros pacientes, etc. El experimentaba todas estas circunstancias como que yo lo estaba empujando fuera, abandonándolo y olvidándome de él. Yo era entonces percibido como una madre fría y distante que sale con diversos papás para hacer bebés nuevos y que finalmente lo pondrá en la puerta para siempre enviándolo a un orfelinato.
Con su natural facilidad, tenía muchísimas maneras de hacerme saber cuánto le dolía y cómo sentía el que lo hayan dejado caer. Lo hacía intentando colgarse fuera de la ventana de mi consultorio que estaba en un segundo piso y obligándome a impedírselo, o arrojando todos sus juguetes por la ventana, o trepándose al armario donde se hallaban las gavetas y tirándose de cabeza desde allí sobre el diván (hizo esto tan a menudo que finalmente lo desvencijó). La forma más dramática en que alguna vez expresó su sentimiento de que se lo había dejado caer, ocurrió algunos meses antes del final de la terapia durante el recreo cuando se trepó por la pared exterior del colegio hasta la ventana de su consultorio. Con este acto peligrosísimo me estaba denunciando ante el mundo como una madre negligente y fría que lo dejaba caer y a quien no le importaba siquiera si vivía o se mataba. Este último acto, puede ser visto como parte de una categoría de comportamiento más amplia que estaba siempre presente durante el curso del tratamiento; sus “accidentes” y sus heridas auto-infligidas.
Hoxter (1980) dice que son los únicos intentos autodestructivos que le quedan a un niño. Ella los liga con el descuido emocional y dice que pueden ser entendidos como expresión de la falta de una madre cuidadora que mantiene en mente a su hijo y que ofrece su atención y su preocupación por la seguridad del niño.
Podemos ahora mirar dos sesiones más para ver cómo algunos de los puntos mencionados aquí se manifestaron.
Primera Sesión
Jorge llegó tarde y se puso a jugar en la habitación exterior hasta que finalmente entró en el cuarto de la terapia. Una vez adentro, empezó a escupir dentro de la gaveta de otro niño. Lo detuve, entonces se trepó al armario y empezó a escupir por toda la habitación. Después de algún tiempo se bajó del armario y trató de pelear conmigo. Aunque se notaba enojado, no estaba muy violento conmigo. Mientras me provocaba me dijo en forma muy amenazante: “voy a hacerle lo que ningún niño le ha hecho antes, y usted no se imagina lo que un niño puede hacer”. Cuando le pregunté qué iba a hacer, él me gritó: “espere usted” y me profirió una sarta de insultos, repitiendo la misma cosa una y otra vez.
Fue al lavamanos, bebió agua y luego, llenando su boca de agua empezó a escupirla por toda la habitación. Luego pidió ir al baño y regresó a los cinco minutos. Cuando volvió, se acercó al diván y se escondió debajo de la cobija. Sacaba la cabeza a cada minuto y preguntaba cuánto faltaba para terminar la sesión. Luego de un tiempo salió y empezó a pasearse a lo largo de la habitación, preguntándome cómo se llamaba él, y mientras repetía la pregunta me tiraba trozos de plastilina.
Comentarios
Al principio de la sesión, podemos ver cómo sus sentimientos de enojo se exacerban y se dirigen a las gavetas que son para él un recuerdo constante de que no es el único niño que yo atiendo. Esto despierta sus celos y su rivalidad para con sus “hermanos terapéuticos”. El treparse al armario y el escupir pueden verse como un reflejo de cómo se siente él cuando veo a otros niños y no estoy con él. Parece vivenciar esto como un ser escupido, expulsado, de la interioridad. Logra algún control sobre estas emociones, ya que no lo arrebatan totalmente. Ir al baño en ese momento puede verse como un intento de evacuación, de liberarse de algunos de esos sentimientos poderosos que amenazan con apoderarse de él. Su cambio de ánimo cuando regresa puede tomarse como una confirmación de ésta hipótesis.
Al acostarse bajo las cobijas parece estar utilizando alguna contención externa para sostener su integridad (esto es algo que hizo muy a menudo durante su tratamiento). En el corto plazo, le permitía también sentirse como un bebé interno, querido y sostenido por mamá, en lugar de ser el bebé rechazado, no querido y escupido. Cuando le viene a la mente la noción del tiempo, se da cuenta también de que la sesión tiene un término y por esto su sentimiento de seguridad, de estar dentro, de ser interno, se hace pedazo y vuelven a aflorar sus sentimientos de miedo e inseguridad.
Cuando me pregunta su nombre está expresando su temor de que mentalmente lo olvidaré y que lo dejaré caer de mi mente cuando no estemos juntos. Tirándome la plastilina, está tratando de hacerme sufrir, y así espera que yo comprenda cuánto sufre cuando no estamos juntos. Las separaciones le son tan difíciles porque con cada una, se reaviva el dolor de su vieja herida no cicatrizada: una madre indigna de confianza, que lo deja caer y lo abandona.
Segunda Sesión
Jorge estaba saltando y pateando cerca de la puerta. Cuando lo llevé adentro se resistió e intentó zafarse. Una vez adentro se trepó a las gavetas y empezó a escupirme a mí y a la habitación. Se trepó a los tubos de calefacción dentro de la habitación profiriéndome insultos y continuando con sus escupidas. Cuando se bajó fue al lavamanos y abrió las canillas al máximo intentando salpicar el agua por toda la habitación mientras no dejaba de escupir. Finalmente cerró las canillas y fue a mirar dentro de su gaveta. Girando hacia mí, me acusó con indignación de haberlo arruinado todo (en la sesión anterior había vertido agua dentro de su gaveta mojando el contenido). Sacó el contenido de la gaveta y lo desparramó por toda la habitación. Luego fue a la ventana, se sacó el zapato y empezó a golpear el vidrio, diciéndome en tono atrevido y provocador: “si se acerca más la rompo”. Incrementó la fuerza de sus golpes cuando me levanté de mi asiento y trató de romper la ventana. Por fortuna no lo logró y le quité el zapato.
Se enfureció y acercándose intentó patearme, pegarme y morderme, obligándome a sostenerlo para impedir que me hiciera o se hiciera daño. Continuó debatiéndose como un alma en pena escupiendo e insultándome mientras yo trataba de sostenerlo. A los pocos minutos lo solté. Estaba aún furioso tirando muebles y sillas por doquier y desordenando todo el consultorio.
Luego agarró su plastilina y empezó a romperla en pedacitos y tirándomelos y admirando el desorden que había causado. Luego dijo en su tono más provocador que no pensaba ordenar nada, y una vez despedazada toda la plastilina empezó a pisar concienzudamente cada pedacito intentando incrustarlos en el piso y hacer imposible su limpieza. Rehusó desistir diciendo que iba a destrozar toda la habitación y excitándose cada vez más. Me incorporé y lo sostuve. Nuevamente se enfureció, lloró y gritó y pataleó. Me amenazó y me insultó.
Nada de lo que yo decía podía alcanzarlo, simplemente continuó llorando desconsoladamente, insultándome y gritando para que lo soltara. Cuando lo solté me dio una fuerte patada y luego se escondió detrás de la gaveta diciendo que iba a orinar por toda la habitación. Lo sostuve nuevamente. Después de un tiempo volví a soltarlo y agarrando uno de los sillones lo arrojó primero contra la gaveta para luego intentar arrojármelo a mí. Nuevamente debí sostenerlo y permanecimos así hasta el final de la sesión. Le devolví su zapato cuando estaba por marcharse.
Al salir, permaneció en el pasillo golpeando con su zapato el vidrio de la puerta externa del consultorio, hasta que finalmente logró romper el vidrio y luego se marchó.
Cometarios
Esta sesión tuvo lugar antes de un fin de semana y de un feriado, lo que significaba que perdería una sesión. Sus emociones parecen transformarse en las de un bebé furioso asemejándose a las de un león rabioso cuando enfrenta lo que él percibe como abandono. En esta sesión parece quedar poco lugar para pensar. En su mente, soy una mala madre que lo excluye, que se encierra con llave y que lo hace sufrir el dolor de la separación. La ansiedad predominante es la persecutoria y me percibe, internamente como su perseguidor.
Sus intentos de inundar la habitación, de orinar en ella y sus escupidas, representan sus emociones incontenibles. Se vierten todas como en una inundación, arrebatándolo en su camino. Parece desaparecer la conciencia de la diferencia de lo que está adentro y de lo que está afuera. Y cualquier noción de límite se torna borrosa y confusa.
Visto de otra manera, vemos su necesidad de convertirse en papá-policía que protege a la mamá-terapia de sus ataques sin sentido (sin mente o espacio mental).
El romper el vidrio al final de la sesión puede entenderse como una expresión de su impotencia al no haber podido irrumpir dentro de mí o dentro de mi fin de semana.
En los ejemplos previos, nos concentramos principalmente en sus sentimientos de exclusión, de que se lo dejó caer, la rabia que estos generarían y la función del sostén físico como contención final para su alboroto interno. Pero su verdadera necesidad, la necesidad primaria, consistía en sentirse contenido y sostenido dentro de mi mente.
Que yo sobreviviese a sus ataques y permaneciese disponible para él, por horrible que fuese su comportamiento era fundamental para su salud mental (una buena madre es aquella que permanece con su hijo pase lo que pase o lo que éste haya hecho).
Esto le facilitaría poder percibirme como una figura fuerte con la cual poder contar; su confianza se restablecería y la posibilidad de crecer y pensar por medio de la comprensión sería bienvenida.
Las dos sesiones siguientes que he elegido como ejemplo ilustrarán estos puntos.
Primera Sesión
Golpeó en la puerta y salió corriendo cuando la abrí. Regresó a los quince minutos e intentó agarrarme del cuello, pero me soltó rápidamente y dijo: “Hablemos de negocios” mientras se sentaba en mi escritorio. “Mi trabajadora social quiere hablar con usted porque mi madre ha desaparecido de vuelta de su hotel. No le gustaba el apartamento que le iba a dar el municipio y por eso no ha venido a ver a la directora y a la trabajadora social. Me dijo que quizás se iba”.-
Le preguntó cómo se sentía y dijo: “Mal. No quiero que la gente piense que mi madre no tiene hogar”, y añadió que se sentía mal por no saber dónde estaba ella, aunque no era la primera vez que esto le sucedía. Luego empezó a hablarme de su padre, diciendo que era muy malo y que su madre lo había mandado a él a un orfelinato para que no se volviese como su padre.
Continuó diciendo que su padre era muy celoso, que tomaba mucho y le daba tundas a su madre constantemente. No la dejaba siquiera salir de compras porque sospechaba que ella usaba esto como pretexto para salir con otros hombres. Mientras vivían juntos su madre era prisionera en su propia casa.
Jorge no ha conocido nunca a su padre y no sabe dónde se encuentra en este momento, aunque sospecha que está en la cárcel o en un hospital.
Un día cuando su padre no estaba —continuó— su madre se escapó para hacer compras, dejándolo a Jorge y a su hermana solos en casa. Un calentador de nafta se volcó y la casa se incendió. Cuando la madre llegó los bomberos estaban aún allí. No sabía cómo se había volcado el calentador porque en esa época sólo tenía un año, y su hermana un año más que él. Pensó que él lo había hecho pero no estaba seguro. Después de este incidente, la madre los colocó a ambos en un orfelinato. Cinco años más tarde se llevó a su media hermana a casa, pero él se quedó en el orfelinato.
Intentó explicarme la composición de su familia, que es muy compleja, de manera muy confusa. Empezó contándome que su padrastro vivía con dos hijos varones de diez años y que él había nacido del mismo padre con sus hermanas. Luego cambió esto, diciendo que sus hermanas vivían con su madre —dos hermanas de cuatro y cinco años que tenían otro padre—. “Así tengo dos papás”, dijo. Le señalé que tenía tres. Me miró perplejo y luego verdaderamente sorprendido dijo: “Claro, me olvidé del mío”. (Había contado a sus dos padrastros y había olvidado contar a su padre).-
Luego pudo decirme que estaba muy enojado por ser el único de la familia que se había quedado en el orfelinato. En ese momento, se levantó del escritorio sobre el cual se había sentado, fue a la gaveta, sacó su libreta y un lápiz, y empezó a dibujar en ella esvásticas y signos del Frente Nacional Inglés (un partido nazi). Mientras tanto, mencionó que acababa de enterarse que el superintendente del orfelinato se iba y estaba muy apenado porque se sentía muy cercano a él. Escribió sobre la libreta: “Mi madre es una escoria”, y me pidió que lo leyese en voz alta. Cuando le recordé lo que había sucedido la otra vez, que él había escrito algo así se rió pícaramente.
Mencionó los dos intentos de adopción fracasados, diciéndome que no le había gustado la gente y que los ensayos se habían desbaratado muy rápidamente. Luego me dijo: “Usted es un psicólogo así que es la mejor persona con quien hablar”.
Era el final de la sesión. Antes de irse, me pidió que le contase a la directora acerca de esta sesión. Le pregunté qué parte de la sesión quería que yo le contase y dijo: “La parte del incendio y de entrar a un orfelinato”.
Comentarios
Viene a mí con una situación más en la cual la madre lo deja caer. A pesar de ello, hay una parte de él que se siente leal a ella y quiere protegerla. Hay otra parte que se siente identificada con el padre malo y quisiera abusarla y darle una tunda. (A veces se identifica con el padre malo y a veces se siente muy perseguido por él).
La partida del superintendente tan cercano a él es otro gran golpe.
En esta sesión, Jorge está intentando darle algún sentido a sus pérdidas y clarificar su historia.
Está tratando de reunir y entender a su familia en su mente y de permitirse pensar quién está dónde y con quién.
Dentro del contexto de la transferencia (en el sentido que emociones infantiles del pasado resurgen en la relación actual) una confianza mucho mayor está puesta en evidencia en toda esta sesión.
Jorge parece preocuparse menos por los demás niños y puede usar la sesión para sí. Parece valorizarme más y se siente sostenido por mí; esto le facilita el contener emociones dolorosas en vez de tener que librarse de ellas.
El pedirme que me encuentre con su trabajadora social y con la directora puede entenderse como el permitir que un papá y una mamá se unan en su preocupación por el niño.
Segunda Sesión
Una profesora trajo a Jorge, quién se sentó en una de las sillas en la sala de espera, rehusando entrar. Después de un tiempo me miró y me preguntó si quería ver su colección de estampillas. Asentí con un gesto y él dijo: “Bien, entremos al otro cuarto”, explicando que no había querido verme “porque pensé que usted no quería ver la colección”. Una vez dentro, extrajo un sobre grande lleno de libretas de estampillas. Empezó a sacarlas y a mostrármelas. Mientras yo las miraba él me contó que no había acudido a la sesión anterior porque se había herido la mano con vidrio roto en un accidente.
Me preguntó si yo le había contado a la directora lo que él me había explicado (se refería a la historia de su adopción, ya me había preguntado y recordado el tema en varias ocasiones). Cuando dije que sí le brillaron los ojos y me preguntó con interés exactamente qué era lo que yo había dicho y lo que ella había contestado. Se lo dije, y parecía estar encantado.
Continuó mostrándome las estampillas y preguntándome si sabía de dónde eran. Luego de un tiempo los guardó y consiguió cola para el sobre. Al voltear el frasco se cayó la tapa y la cola se derramó sobre la mesa. Parecía estar muy preocupado por el desorden. Primero quería saber si había traspasado el sobre y si había dañado las estampillas. Una vez seguro que estaban a salvo, quiso limpiar la mesa y empezó a tratar de limpiarla con su manga. Le di un trapo que estaba en un cajón y lo empleó para limpiar todo muy cuidadosamente.
Una vez que terminó se acercó a la ventana y empezó a tirar los cordeles de las persianas, diciendo: “Mi nombre no es Jorge, es Cleo. Mi hermana me llama Jorge, pero mire en mis carpetas, mi nombre es Cleo Rupert”. Se detuvo, reflexionó un momento y dijo orgulloso: “No, mi verdadero nombre es Kunta Kinte”.
Se terminó la sesión. Tenía que irse cinco minutos antes del final para asistir a un partido inter-colegial y dijo que no quería perder parte de su sesión. Me pidió si podía yo añadirle cinco minutos a su próxima sesión. Asentí y se marchó.
Comentarios
En esta sesión, la confianza no fluye fácilmente. Se debate con sus sentimientos de persecución y la parte de él que me percibe como padre indiferente, sin interés en él y en lo que trae.
Sus ansiedades persecutorias ligadas al incendio —según él lo peor que ha hecho en su vida— y sus temores de ser siempre rechazado y nunca perdonado por ello parecen calmarse cuando se entera de que hablé con la directora, y se da cuenta que todavía está aquí. Se siente aceptado y sostenido por el interés de dos padres cuidadosos; esto le permite restablecer su confianza. Luego pudo manejar mejor sus propios sentimientos desordenados y su confusión acerca de su identidad (quién era él en realidad, en oposición a lo que otra gente decía que era).
Cuando se identifica con Kunta Kinte, se pone en contacto con una buena figura dentro de él. Esto le facilita contener su dolor y señalar donde le duele (Kunta Kinte es la historia de un muchacho en África que, como Jorge, fue raptado y llevado de su país natal a un país de persecución, y luego hace enormes esfuerzos para recobrar sus raíces).
Jorge puede valorar y aceptar esta sesión en la misma forma en que se siente valorado y aceptado por mí.
Preparación y Adopción
Cuando Jorge estuvo veinte meses en terapia, el ex superintendente del orfelinato junto con su mujer ofrecieron adoptarlo.
Habían dejado el orfelinato hacía un año y habían mantenido contacto con él desde entonces.
Cuando supo la propuesta estaba muy contento y emocionado. Se sentía aceptado y querido y con ganas de vivir con ellos como familia. Esta situación le ofrecía enormes beneficios pero, al mismo tiempo, iba a tener que encarar muchas pérdidas dolorosas.
El precio a pagar al ser adoptado era muy alto. Sus prospectivos padres adoptivos vivían en un sector de la ciudad diferente y distante; entregaría no sólo la seguridad de su hospicio infantil —donde se sentía establecido después de haber pasado siete años allí— sino que vería a su madre aún menos porque estaría viviendo muy lejos de allí. Eventualmente iba a tener que dejar la terapia y el colegio que había compartido con la mayor parte de sus amigos, porque viviría demasiado lejos.
Inicialmente la situación adoptiva se organizó en dos etapas; una etapa preparatoria para darles a Jorge y a sus padres adoptivos tiempo para prepararse y explorar sus sentimientos al respecto, y la adopción en sí.
Durante los próximos seis meses iba a pasar cada fin de semana y las vacaciones del colegio con sus padres adoptivos, y el resto del tiempo iba a continuar viviendo en el orfelinato, llevando su vida acostumbrada.
En este período la terapia era decisiva. Si la adopción iba a tener alguna posibilidad de éxito, él iba a tener que enfrentar la realidad y todos sus sentimientos de pérdida y rechazo.
Las sesiones eran a veces muy dolorosas porque se enfrentaba repetidamente con sus pérdidas, que a su vez revivían y removían sus angustias persecutorias. No es de sorprenderse que su violencia, más contenida en el último año, haya aumentado, junto con la tendencia de evacuar las emociones cuando éstas amenazaban adueñarse demasiado de él.
También se evidenciaba por esta época la parte de él que se debatía para contener sus emociones y conservar su confianza en mí, intentando protegerla de los arrebatos de sus angustias persecutorias. Estaba consciente de que era esencial intentar ordenar sus sentimientos de caos y de furia para facilitar el éxito de la adopción. El doloroso trabajo por hacer era el de efectuar una mudanza de la irrealidad a una percepción más real de las diferentes áreas de su vida.
Sus sentimientos hacia su madre.
Cuando supo primeramente de la posibilidad de adopción, llegó a la sesión diciendo que iba a hablar con su madre, porque prefería ir a vivir con ella. A la semana, y habiéndose escapado del colegio una vez para ir a verla, me dijo que se había quedado en vela toda la noche pensando en la adopción, y que no podía hallar razón para no ser adoptado. Luego, mirándome, me preguntó muy seriamente: “¿Qué ha hecho alguna vez mi madre por mí?” y añadió “¿Y por qué va a empezar a hacer algo por mí ahora?”.
Sus sentimientos hacía mí
La primera cosa que tenía que aceptar en esta nueva situación, era que sería otro y no yo el que lo iba a adoptar. Esto lo obligaba a encarar sus sentimientos de rechazo que se expresaban de diversas maneras; por el aumento de su violencia durante la sesión, por su rechazo de mi (como respuesta a un rechazo que él percibía de mi parte por no adoptarlo) y rehusando venir, o invirtiendo la situación diciendo que no querría nunca ser adoptado por mí porque soy “blanquito”. Sus padres adoptivos también eran blancos.
La adopción hizo resaltar un segundo aspecto que le hacía sentirse rechazado. Tenía que enfrentar el que su terapia se terminaría eventualmente. Su actitud aquí oscilaba entre sentir que yo me alegraba de librarme de él (en sus momentos más extremos me acusaba, diciendo que todo esto era un truco mío porque quería destruirlo) y un sentimiento de esperanza y confianza en su fuerza interna.
Dos breves ejemplos de este material ilustran claramente estos puntos:
En una sesión me preguntó: “¿No le va a gustar tener todas estas horas libres para usted cuando yo me vaya?”. (La idea de que podrían no estar libres y de que otro las emplearía era particularmente dolorosa. En estos momentos me percibía como la madre indiferente ocupada de sus hermanas y él era el bebé excluido).
Sus padres adoptivos le habían pedido que eligiera los colores que él quería para sus nuevas habitaciones. Tenían dos casas, una en el campo y una en la ciudad. Durante una sesión me dijo muy orgullosamente que había pintado ambos cuartos con alguna ayuda de su padre adoptivo, con los mismos colores del consultorio (exactamente los mismos, subrayó). Aquí vemos lo opuesto; no se siente excluido por mí porque siente que me lleva adentro.
Sus esfuerzos para conservar la terapia eran también muy conmovedores. A veces insistía que había otros colegios similares a este en su barrio, y en ese caso por qué no podría yo seguir viéndolo en uno de ellos.
La idea de dejar su colegio era también muy dolorosa. Tendría que dejar otra parte muy importante de su mundo.
Una pregunta que se hacía a veces cuando estaba en contacto con sus sentimientos de pérdida era la de si no era demasiado alto el precio. Durante tales momentos estaba consciente de su dolor. También tenía que encarar su miedo de ser rechazado por sus padres adoptivos, la posibilidad de que se desbaratara la adopción como ya había ocurrido en dos ocasiones anteriores. Sentía que la mayor amenaza en este nuevo intento era su violencia, a la que él llamaba su mal genio.
A menudo el dolor de encarar todo esto era demasiado grande y reaccionaba negándolo y rehusándose a creer que eventualmente dejaría la terapia o el colegio.
Durante estos períodos me odiaba por siguiera mencionar el tema y lo tomaba como “prueba final de mi intención de librarme de él”.
Llevó las cosas hasta el punto de acudir a la directora para quejarse de las cosas horribles que yo le decía, y sacando el aire de las ruedas de mi automóvil para impedir que yo me fuera.
Durante esta época pudo usar la terapia y el colegio como contención y contienete de su dolor, sus angustias y sus dificultades, facilitando así el éxito del período de prueba, disfrutando tanto Jorge como sus padres adoptivos de la compañía mutua. Su existencia se tornaba más rica y las vacaciones y los fines de semana eran ahora momentos que esperaba con entusiasmo.
Después de terminada la etapa preparatoria tomó lugar la adopción en sí, la que durante un período de cuatro meses era condicional; después de este período, si era exitoso, la adopción se consideraría permanente y su nombre se tacharía del registro de su hospicio infantil.
Insistió en que quería continuar viniendo al colegio durante esta etapa, aunque sabía que a los cuatro meses tendría que dejarlo para acudir a una escuela en su nuevo barrio.
La situación de terminar prematuramente su terapia y el resultado imponderable de su adopción condicional, resultó demasiado terrible para que él la sostuviera, y reaccionó desligándose (splitting) de sus sentimientos dolorosos. Rehusó venir a las sesiones y aprovechaba cada oportunidad para dirigir su furia hacia mí; expresaba su necesidad de “split” intentando generar discordia entre el profesorado y yo, acusándome públicamente de ser cruel con los niños y de ser duro. Parecía percibirme como una madre que lo abandonaba y a quien no le importaba lo que a él le pudiera suceder, y como un padre sádico que obtenía placer al verlo sufrir. Esto lo llenaba de una rabia incontrolable. Por supuesto, durante esta etapa perdió contacto con lo que en él podía confiar, cuidar y querer (estas partes estaban desligadas de su conciencia, junto con su dolor). Hubo un aumento marcado de su comportamiento violento y delincuente en el colegio.
A pesar de las tensiones adicionales que todo el mundo tuvo que soportar, tanto Jorge como el colegio lograron aguantar hasta el final del período condicional que se llevó a cabo con éxito.
En un intento de retomar contacto con sus sentimientos perdidos y de restablecerme como una figura buena dentro de él, Jorge acudió a la última sesión para despedirse. Me dijo que quería mirar dentro de su gaveta por última vez, luego me miró, me acarició el pelo y con una gran sonrisa dijo: “Hemos tenido unas buenas peleas juntos”.
Al final de la sesión trató de llevarse un lápiz. Le dije que él se llevaba con él todo el trabajo que había hecho juntos en esos años. Se sonrió, me devolvió el lápiz, nos dimos la mano y se fue.
Al otro día dejó el colegio.
Jorge ha estado ya un año su nueva casa, y en su nueva escuela durante ocho meses.
Durante la preparación de este trabajo me puse en contacto con su maestra y su trabajadora social.
La maestra informa que Jorge se ha establecido bastante bien. Está en una clase de ocho niños, con agrupación según la edad. Dice que se le puede contener y controlar. Le cuesta ponerse a trabajar y lleva retraso, pero parece darse cuenta que con un duro esfuerzo mejorará. Busca aún la atención y es malhumorado, pero encuentra en el colegio un frente unido que parece servirle.
Hay buen contacto entre hogar y escuela. El trabajador social informa que la adopción anda bien, así que él solo lo visita una vez cada seis semanas. Informa también que los padres adoptivos de Jorge están contentos con él y le dan gran importancia al hecho de que la familia y la escuela actúen en armonía; esto ha resultado en una mejoría de su comportamiento en general.
Agradezco al profesorado de Weavers Field School y a la Sra. Shirley Hoxter por su apoyo.