Psicoterapia Y La Busqueda Espiritual

EDUARDO PITCHON - London

"El psicoanálisis en sí no es ni religioso ni no religioso, sino un implemento imparcial que tanto el sacerdote como el laico puede utilizar al servicio del que sufre."

Freud, 1909.

Mi atención en este artículo está enfocada en tratar de armonizar los objetivos de la búsqueda espiritual con el proceso de la psicoterapia psicoanalítica. ¿Qué es lo que tiene de valioso la psicoterapia para individuos con preocupaciones espirituales y como puede ayudarlos en su desarrollo?

No es la intención de este artículo tratar de probar o convencer a nadie sobre la realidad de Dios, la espiritualidad o el alma; es mejor dejar esta área a los teólogos, a los profetas, a los místicos y a la conciencia de cada uno.

Nuestro campo de investigación es el mundo interno y nuestra área de exploración está centrada en la dimensión psicológica del hombre. Como profesionales, tenemos una obligación que es fundamental y que es la de explorar el material que nuestros pacientes nos presentan con una mente abierta, un corazón amplio y una buena dosis de sentido común. Por eso estoy escribiendo este artículo; porque tengo la impresión de que cuando se toca el tema de la religión, estamos entrando en aguas en las cuales la mayoría de los psicoterapeutas se sienten incómodos. En mi opinión esto es una lástima porque, como bien sabemos, si algo nos incomoda y no resolvemos en nosotros mismos, tendemos a volvernos defensivos y dogmáticos, que es lo contrario de una actitud de mente abierta y corazón amplio. Nos guste o no, los pacientes intuyen esta incomodidad y sienten que el consultorio no es un lugar que les inspire confianza para traer problemas de orden religioso. Tendrán miedo de que este tipo de preocupaciones serán desvirtuadas, trivializadas e invalidadas en el curso del análisis y que el terapeuta tratará este tipo de material como una especulación imaginativa o peor aún, como una superstición patológica.

Aquí cabe la pregunta ¿Qué pasa con este tema de la religión que nos vuelve a todos tan cautelosos y nos lleva a transformar a toda esta dimensión en una gran tabú? No creo que la respuesta sea que los psicoterapeutas seamos especialmente insensibles a la espiritualidad o que no tengamos intereses de orden metafísico. Mi trabajo en el curso de los años me demuestra lo contrario; muchos de nuestros colegas están interesados en su propio desarrollo espiritual. El problema es que no tenemos un marco referencial apropiado que nos permita introducir estos intereses a la práctica clínica.

Hay verdaderas dificultades en la relación entre el psicoanálisis y la religión. Estas dificultades ocurren en tres niveles; en el nivel de la teoría, en el nivel emocional y en el área de la práctica clínica.

El psicoanálisis es un conjunto de teorías basadas en inferencias extraídas de observaciones prácticas del funcionamiento psíquico. El ambiente del cual emergió nuestra disciplina fue el de Viena a comienzos de siglo, con su orgullosa actitud racionalista y científica y con su incipiente antisemitismo. Para que el psicoanálisis pudiese sobrevivir y desarrollarse en un ambiente con estas características tenía que establecer sus credenciales como una ciencia seria y secular y tenía que distanciarse del ámbito de la religión. Tres obras importantes de Freud: "Tótem y Tabú", "Moisés y el Monoteísmo" y "El Futuro de una Ilusión" dan testimonio de los esfuerzos de nuestro fundador en esta dirección. Desde sus comienzos nuestra tradición se involucró en una posición fuertemente materialista. Los años formativos del psicoanálisis transcurrieron bajo una sombra de desconfianza y escepticismo. La naturaleza religiosa o espiritual del hombre no era algo que se podía tomar en serio, todo era reducible a una buena interpretación psicoanalítica. No es de sorprender entonces que haya habido una cierta animosidad en la relación entre el psicoanálisis y la religión. Los dos estaban dolidos.

Descendientes de estas sombras originales aun se hallan presentes. El hecho real es que aun hoy en día, nuestra profesión no ha establecido una relación adecuada para la comunicación y el intercambio de ideas con el mundo de la religión.

Esta situación es algo paradójica ya que la psicología y la religión comparten una amplia zona del mismo campo de investigación y podrían beneficiarse mucho con una asociación más cercana pero el miedo y la desconfianza continúa ensombreciendo la relación. Antes de que un verdadero diálogo puede tener lugar entre el psicoanálisis y la religión tiene que haber una transformación en el clima del vínculo. Los prejuicios deberán transformarse en juicios, habrá que cruzar el abismo de ignorancia que los separa y la ignorancia deberá transformarse en comprensión. Yo he trabajado en un área cercana a este abismo durante varios años y he llegado a la conclusión de que el impulso hacia la transcendencia o hacia lo religioso, en su sentido más amplio, es una pauta integral y normal de nuestra estructura psíquica. Todos tenemos este tipo de anhelo, pero como tenemos libre albedrío podemos elegir rechazarlo o aceptarlo.

Si estuviésemos preparados a aceptar las distintas religiones tienen mucho para compartir con nosotros. Por ejemplo, en el Budismo lo que más me impresiona es la profundidad y sutileza de su entendimiento de la psicología humana, mientras que en el Judaísmo su fuerza radica en su genio legal y su maestría estructural. Lo mejor del Cristianismo puede enseñarnos mucho acerca del amor, el perdón y la paciencia. El Hinduismo con su increíble amplitud metafísica y colorido telúrico tiene una profunda comprensión del principio femenino de la creación. Las religiones occidentales parecen tener una mayor dificultad en acomodar esta noción, en su mayoría son más bien patriarcales. La excepción a este principio lo constituye el movimiento de la Nueva Era, que parece haber cautivado la imaginación de tanta gente en el mundo occidental. En su esencia este movimiento representa un intento contemporáneo de sintetizar, simplificar y transmitir enseñanzas extraídas de las áreas de la psicología y de la espiritualidad. La idea central que estas tradiciones parecen compartir es la de la existencia de un Dios, una Fuerza Vital, una Luz Cósmica o Espíritu Santo que interpenetra de una manera sutil toda la creación. Sostiene que a medida que nuestra conciencia se refina y evoluciona nos conducirá inevitablemente a esta realización. Muchos llaman a esto la Realización del Ser.

La pregunta que surge de lo anterior es si esta visión representa un verdadero reflejo de la realidad o si es simplemente una fantasía teñida por un deseo. Dependiendo de la respuesta que den a este interrogante la humanidad se divide en tres grupos. Los que creen en esta visión forman la parte de la raza que sostiene un punto de vista espiritual, los que no la creen son los que sostienen la posición materialista y los que dicen "no sé", los agnósticos.

Es interesante constatar que en una encuesta reciente entre la población británica; se estableció que más del 70% de la población creía en Dios en alguna forma u otra. Esto nos da una idea de la importancia que tiene este tema para la psicología. No podemos darnos el lujo de seguir ignorándolo, en la esperanza de que el problema vaya a desaparecer.

Afortunadamente, como psicoterapeutas no se nos exige que seamos árbitros de la última realidad. Nuestra tarea consiste en ayudar a nuestros pacientes a conquistar los pensamientos imaginarios que les impiden acceder a áreas más profundas de sí mismos. El pilar central de nuestra tarea se basa en el dictamen de Freud: "El psicoanálisis consiste en hacer consciente lo inconsciente". Todo lo demás parte de esta premisa. Las estructuras teóricas y técnicas que informan nuestra práctica clínica se basan en este axioma. Es nuestra razón de ser como psicoanalistas.

¿Cómo se hace consciente lo inconsciente? Lo inconsciente se hace consciente observando atentamente, prestando mucha atención. Enfocando la luz de nuestra atención es como nos volvemos más conscientes, iluminamos áreas que anteriormente se hallaban en sombras, traemos luz a la oscuridad y creamos nuevas conexiones entre diversas partes de la mente. De esta manera reordenamos el caos original. Así es como nosotros crecemos y como crecen nuestros pacientes. La vida es un proceso constante de estructuración, desestructuración y reestructuración o si lo prefieren de creación, destrucción y re-creación. El propósito del proceso psicoterapéutico es la integración que es lo mismo que decir crecimiento psicológico, o desarrollo de la conciencia o expansión psíquica; es un proceso evolutivo. De lo anterior se desprende que la psicoterapia está al servicio de la evolución humana en línea con el dictamen Socrático "Conócete a ti mismo". La mejor definición de nuestra tarea que he encontrado proviene del Dr. Bion, quien declaró que "El proceso psicoanalítico es un intento de presentar al paciente a sí mismo porque aunque le guste o no, este es un matrimonio que va a durar para toda la vida". Esta introducción es un proceso lento y gradual. Requiere tacto, talento, paciencia y coraje por parte de nosotros de nuestros pacientes.

A menudo pienso en el proceso psicoanalítico como si fuese un viaje de exploración; una aventura, en la cual un intrépido explorador que llamamos paciente, va en busca de un guía, el terapeuta que lo va a acompañar en la exploración de las selvas de su mente y su corazón. El viaje no es fácil, hay muchos fantasmas, sombras y monstruos míticos habitando en las profundidades de su ser. Deben ser descubiertos, reconocidos y revalidados antes de poder ser domados, desenpantanados y liberados. Sabemos por experiencia cuán difícil puede ser el viaje. Hay momentos en que el camino parece claro y directo. El sol brilla, el clima es suave, los colores de la naturaleza resplandecen y los pájaros cantan. De repente, el escenario puede cambiar. El cielo se oscurece, la temperatura baja a cero y el sendero campestre que parecía tan amistoso se transforma en una amenazante y siniestra carrera de obstáculos. Es aquí justamente donde la experiencia del terapeuta se torna invalorable; para animar al paciente a continuar a pesar de las dificultades. Este no es el final del camino, ni del mundo, aunque a veces pueda parecerlo, es simplemente otra etapa en el viaje. Para que el trabajo terapéutico pueda proceder son necesarios dos ingredientes: la confianza y la fe. El paciente tiene que tener confianza en el analista y el analista debe tener fe en el proceso.

El desarrollo de la confianza en el corazón de un paciente es un proceso que toma tiempo. La relación terapéutica tendrá que enfrentar y sobrevivir muchos obstáculos y ensayos antes de que la confianza se pueda establecer de una manera real. Por lo general la psicoterapia comienza con una suspensión temporaria de incredulidad por parte del paciente; le concede a su terapeuta el beneficio de la duda. A medida que se desarrolla el proceso terapéutico, la relación con el analista es puesta a prueba de mil maneras, si tenemos suerte y trabajamos bien, la relación con el paciente se profundiza y se vuelve real. Esto permite que la duda original se transforme en una confianza informada. De la larva de la duda, que es una expresión del miedo emerge la mariposa de la confianza que es una expresión del amor. Esto va acompañado por un verdadero cariño y preocupación por el analista como persona real y concreta. Para entonces el tratamiento estará listo para concluir.

Lo que sostiene a este proceso es la fe que el terapeuta tiene en el proceso psicoanalítico, ésta no debe ser una fe ciega, sería peligroso e irresponsable. La fe a la que me refiero está anclada en las creencias y la experiencia del analista. La reflexión por parte del terapeuta sobre sus creencias y su experiencia constituyen su comprensión terapéutica. Esta es la base de la fe a la que me refiero.

A medida que el tratamiento terapéutico se desenvuelve, la confianza del paciente en el valor de su terapia tiende a crecer. Junto con esto también crecerá el sentimiento de dependencia y la necesidad de ser aceptado, aprobado, valorizado y sobre todo querido. El explorador se da cuenta cuando está en el medio de la selva de la profunda necesidad que tiene del guía y cuánto depende de él si ha de llegar a su destino sano y salvo.

La psicoterapia es una situación artificial diseñada con el propósito de ayudar al individuo a madurar. Defino a la maduración como un proceso de reemplazo de hábitos. Crecemos reemplazando hábitos menos eficientes por otros más eficientes y al cambiarlos estamos transformando la programación de nuestra mente. Los hábitos a los que me refiero pueden ser mentales, emocionales o físicos. Como un ejemplo de esto surge en mí la imagen de Gulliver entre los liliputienses. Quizás recuerden ustedes que Gulliver era un gigante que al despertar de un sueño notó que se hallaba atado a la tierra por miles y miles de pequeños hilos anudados expertamente por diminutos liliputienses. Estos hilos pueden ser entendidos como nuestros hábitos, nuestro condicionamiento que nos apesadumbra y nos aprisiona, limitando nuestra libertad, Cada persona es un Gulliver, sin embargo algunos Gullivers son más libres que otros. La psicoterapia es un intento para ayudar al inmovilizado gigante a liberarse. Este proceso es un viaje que va de la periferia al centro de nuestro ser. No podemos pretender que ningún análisis llegue al centro absoluto de nuestro ser. Esto es un ideal, un objetivo que sobrepasa a cualquier terapia terrenal; pero al mismo tiempo es como un centro magnético al cual siempre apunta la brújula del terapeuta.

Mientras que la dirección general de la psicoterapia como la de la ciencia se dirige de lo particular a lo general, en la dimensión espiritual notamos que lo opuesto es cierto, comienza por lo general y se encamina a lo particular. La espiritualidad es portadora de una visión acerca de la esencia del ser humano, pero no se queda solamente allí; esta visión irradia y reverbera hacia la periferia del ser y de la vida en un intento de conformar caminos a través de los cuales la humanidad pueda abordar el Ser. Un ejemplo que podría ilustrar esto sería el caso de una persona que hubiera escalado hasta la cima del Everest y habiendo establecido allí su campamento describe la visión que tiene desde la cima. Al mismo tiempo trata de recrear en un mapa la ruta que tomó, que nosotros también podríamos tomar si quisiéramos llegar al mismo destino.

La visión que nos da la espiritualidad es una en que nos dice que el hombre está atrapado, envuelto en una red de ilusión y pensar equívoco, es como una hipnosis profunda que todos compartimos. Esta confusión interna es el obstáculo principal que hemos de superar si queremos empezar a percibir con claridad. Parecería que el problema de la percepción de la realidad es una cuestión de perspectiva. La cima a la que me referí en mi ejemplo anterior, no es un lugar físico sino algo que surge dentro del hombre cuando se vuelve consciente y plenamente integrado. Algunos maestros de la espiritualidad han descripto a esta integración como la consonancia entre el pensamiento, la palabra y la obra. Volvernos conscientes de la esencia parece conferir un nuevo sentido de conexión; primero con todos los seres humanos y luego por extensión, con todo el resto de la creación. Este sentido de conexión parece cambiar objetivos y propósitos al infundir a la identidad con un significado distinto. Altos ideales como el servicio y el amor entran en juego al mismo tiempo, con un sentido de humildad y gratitud, junto a la necesidad de vivir una vida simple y honesta. Estoy seguro que no tendremos dificultad en recordar numerosas figuras históricas que han luchado para vivir su vida de acuerdo con estos altos ideales.. El mundo posee un rico corpus de literatura que abarca diversas tradiciones espirituales y pese a su diversidad comparten una creencia en la esencia común del hombre. Aunque estas tradiciones postulen la creencia en muchos dioses, un Dios o ningún Dios, son testimonio de la lucha del hombre por la trascendencia.

Parece ser un impulso común en el hombre la necesidad de buscar valores permanentes, de tener un profundo deseo de adquirir sabiduría, equilibrio y sentido de Unión. Yo llamo a estos esfuerzos por transcender, el impulso espiritual. Lo que se trasciende es esencialmente el miedo, algunas tradiciones lo llaman ignorancia. El miedo es la raíz de la violencia, y conduce a deseos, acciones y pensamientos de orden destructivo. La mayoría de las tradiciones espirituales contrarrestan el miedo con el aliento y desarrollo del amor.

Además de oponer la fuerza del miedo a la del amor, hay muchas otras ideas importantes que iluminan el campo espiritual y una de ellas se refiere a la noción del tiempo. La idea general sostiene que aunque tenemos un pasado y posiblemente un futuro, el punto de poder real está en el presente. Al volverse consciente del aquí y del ahora, el individuo se centra. El poder para efectuar un cambio, para tomar una decisión o para fijar un nuevo objetivo se halla en el presente. Nuestro mundo real está en el presente, el pasado ya no existe y el futuro es incierto. La conciencia del momento presente infunde poder - el hombre puede transformarse en el ahora.

Otra noción importante es la del "testigo honesto". La idea central sostiene que una persona no puede efectuar una transformación auténtica sin antes volverse un testigo honesto de sus pensamientos, de sus palabras y de sus acciones. En la tradición mística judía conocida bajo el nombre de Cabala, se dice que cuando un hombre aprende a ser un testigo honesto, comienza a funcionar desde ese centro que es su verdadero Ser. La virtud del desapego, fuertemente subrayada por el Budismo y otras tradiciones entran en juego en este punto. El desapego sin embargo, no significa una falta de cuidado, al contrario, es únicamente a través de la práctica del desapego que surge la verdadera compasión en vez de la sentimentalidad y el amor egoísta.

Otro concepto importante es el de volverse consciente. La práctica de la honestidad mental, la sinceridad de expresión y el desapego, conducen al despertar consciente. Este estado de plena conciencia se concibe como uno en el cual el hombre es liberado de su condicionamiento. Aunque este es un estado ideal, es también un objetivo por el que vale la pena esforzarse. Este estado se conoce en la tradición Hindú como Sat-Chit-Ananda, esto significa Verdad, Conciencia y Dicha. Mientras que los conceptos de verdad y conciencia pueden ser asequibles, la dicha es más difícil. Sin embargo, es posible imaginar que la dicha surge, cuando un hombre pierde su miedo y emerge de la prisión de su condicionamiento, lo cual le permite volverse realmente quien es.

La búsqueda de la autenticidad une al campo espiritual con el psicológico. La noción de lo que es el "Ser" puede diferir, pero la búsqueda del Ser y el valor de esta búsqueda no se disputan. Tenemos en psicoanálisis por ejemplo, la idea del ser o self falso, esto presupone que el hombre tiene un ser o self real. Una diferencia importante entre la psicoterapia y la espiritualidad es la idea del alcance de la transformación posible en el hombre. Lo que pasa es que la espiritualidad tiene una visión más extendida de lo que es el hombre y en lo que él puede convertirse. No es solamente la voluntad del hombre o su esperanza lo que se requiere aquí, sino también su imaginación y más. La visión que nos presentan es esencialmente dinámica. La mayoría de las tradiciones espirituales parecen sugerir que a lo que el hombre puede aspirar y en lo que puede transformarse está más allá de lo que podemos imaginar en nuestro estado actual de conciencia. Estas visiones llevan al ser humano a ejercer su imaginación, a extender su sentido de identidad y a luchar por su transformación.

Los psicoterapeutas también trabajan con el cambio. Un viejo maestro mío, el Dr. Pichon Riviere solía decir a menudo, que los analistas eran "los parteros del cambio". Quizás nuestras metas sean más modestas, pero es un hecho real que a veces somos testigos de cambios muy profundos en nuestros pacientes. Es importante que terapeutas tengan alguna familiaridad con ideas espirituales porque les permitirán proveer un ambiente facilitador para que el paciente pueda extender su campo de exploración.

Cuando surge el tema de la religión o la espiritualidad en nuestros consultorios, hay solamente tres posibilidades. La primera es que el paciente sea espiritualmente excéptico, la segunda es que los anhelos espirituales del paciente estén en un estado de latencia y puedan comenzar a despertarse y la tercera es el paciente que ya esté despierto a la búsqueda espiritual. Con respecto a la primera posibilidad, la del escepticismo espiritual, si una persona proviene de una cultura fuertemente secular, de hecho no surgirán estos interrogantes. Pero hay otros casos en los que el paciente puede haber surgido de una cultura religiosa y haber encontrado traumas y decepciones en el camino que lo llevaron a oponerse a ella. Estos interrogantes valen la pena de ser investigados. Los pacientes pueden ser ayudados a rescatar lo que es valioso de su pasado y a re-emplearlo de una manera nueva y creativa.

En mi consultorio me he encontrado con estos tres tipos de posibilidades. A continuación daré una ilustración de cada uno.

El primer caso al que me referiré es un ejemplo de lo que llamé escepticismo espiritual. Una mujer de origen irlandés vino a verme. Como Uds. saben, Irlanda es un país muy católico. Su padre como buen irlandés tenía como rector espiritual y amigo a un sacerdote que gozaba de la confianza y respeto de la familia. Cuando la paciente era una niña chiquita, a menudo la dejaban sola en la casa bajo el cuidado del sacerdote. Lo que no sabían era que este señor la abusaba sexualmente. Esta situación le causó traumas muy severos; cuando vino a verme tenía casi cuarenta años y nunca había tenido una relación con un hombre. Era una mujer nerviosa, atractiva e inteligente, y profundamente desconfiada. En el curso de su análisis descubrí que no podía tolerar nada asociado con la religión católica. Toda esta área estaba contaminada por las experiencias traumáticas de su infancia, su sentido de haber sido traicionada era real y profundo. Pero más profundamente aún, debajo de su ira y de su indignación, ella sentía que tenía anhelos espirituales no colmados. En el curso de su análisis descubrió el Budismo, empezó a practicarlo y con el transcurrir del tiempo se volvió budista. Durante todo este proceso comenzó a hacer las paces con su propia tradición. Pudimos descubrir que el arquetipo de la Santa Madre, en la forma de la Virgen María, estaba presente en ella como un objeto interno que expresaba aspectos de su propia sexualidad e identidad femenina y ella estaba en guerra con estos aspectos de sí misma. Esta área nos ofreció una rica y fructífera veta de exploración terapéutica. Alrededor de esta época desarrolló su primera relación sexual con un hombre y acababa de cumplir cuarenta años. Pienso que tanto el budismo como la psicoterapia le ofrecieron un punto de observación seguro desde el cual pudo empezar a discriminar y a hacer las paces con su traumático pasado. La experiencia de poder explorar su espiritualidad dentro de un marco budista le era cómoda y liberadora. Sentía que no había coerción y menos aun dogma. El budismo y el análisis representaban para ella una experiencia de libertad, incluyendo un futuro libremente elegido.

El segundo ejemplo es un caso de espiritualidad latente. Se trataba de una paciente que era sencillamente indiferente a cualquier consideración de tipo espiritual. Cuando la conocí acababa de terminar una relación que había durado diez años, con un hombre violento que la había maltratado mucho. Podría describirla como a una persona que estaba en un estado de desesperación existencial, la vida no tenía sentido para ella, aunque de alguna manera tenía la esperanza de estar equivocada. Esa esperanza es lo que la trajo a mi consultorio. Todas sus experiencias sexuales habían involucrado abusos o violaciones. Nunca había experimentado una relación de cuidado y cariño con un hombre y ella consideraba que esto era lo normal. No es de sorprenderse que ella se desestimara y tuviera una pésima opinión de sí misma. También sufría de bulimia y hacía ayunos peligrosamente largos. A pesar de lo dicho, era una artista de gran talento y éxito.

Durante el curso de su terapia desarrolló un cáncer de pecho. Su enfermedad vino como un shock y finalmente se acercó a la muerte, después de haber coqueteado con ella durante tanto tiempo.

Había estado desligada emocionalmente de su cuerpo durante muchos años y esta experiencia la llevó a empezar a reconectarse con ella misma de una manera distinta. Sobrevivió a la enfermedad y empezó a valorar la vida, ésta empezó a adquirir significado y fue el ímpetu que inició su búsqueda espiritual. Esta búsqueda eventualmente la condujo a un maestro en la India y en el curso de su análisis lo visitó varias veces. Como tenía sensibilidad de artista, se enamoró del colorido y la riqueza de las imágenes y la cultura hindú. Esta cacofonía de sensaciones la tocaba directamente en su corazón estético, más que en su intelecto. A través de su apreciación por la belleza este corazón que había estado tan ferozmente defendido comenzó a derretirse. Ya no tenía más relaciones abusivas con hombres y aprendió a controlar sus tendencias bulímicas. En el área de sus intereses espirituales desarrolló varios contactos con personas afines, también emprendió varias actividades de servicio, incluyendo trabajo voluntario en hospicios. Su proceso espiritual y su proceso terapéutico se desarrollaban en armonía, casi podría decir que se complementaban. La encuesta espiritual era traída al ámbito terapéutico y su relación conmigo era percibida como una que le daba confianza y seguridad y donde ella sentía que podía examinar las dudas, dificultades y problemas que surgían en el camino.

El tercer tipo de persona que he encontrado es aquella que ya está sensibilizada a la encuesta espiritual. Si una persona está firmemente encasillada en una tradición religiosa, el problema es a menudo de miedo, el miedo es que la terapia destruirá o desvirtuará las creencias de la persona. Este es un campo difícil y delicado que requiere tacto, agilidad mental y destreza por parte del terapeuta. Si la identidad de una persona está íntimamente ligada con sus creencias religiosas cualquier intento de exploración puede ser percibido como una amenaza a su sentido de identidad. Lo que un terapeuta puede explorar con un paciente de este tipo es la cuestión de integridad. Este es un campo de exploración legítimo y necesario. Porque independientemente del tipo de creencias que una persona tenga ¿acaso vive de hecho de una manera que es consonante con ella?, y si no lo hace, ¿cuáles son las consecuencias? En este contexto es útil recordar la importancia de la consonancia entre pensamiento, palabra y obra como medida de integridad.

Para ilustrar este tipo de situación, he seleccionado una mujer judía. La presento como una mujer judía y no como una mujer que era judía, porque corresponde a la manera en que ella se presentó. Esta paciente vino porque sabía de mi trabajo con la comunidad judía y por ende pensaba que yo podía comprender a los judíos. Por extensión tenía la esperanza de que tal vez pudiese comprenderla a ella.

En la superficie era extraño que me eligiese como su terapeuta. En la época que vino a verme, yo estaba trabajando entre sectores estrictamente ortodoxos de la comunidad judía de Inglaterra. Por otro lado, la paciente había elegido identificarse con el feminismo radical y tenía desde hacía un tiempo una relación lesbiana. Venía de una provincia inglesa. Su familia tenía un fuerte sentido de pertenencia comunitaria judía. Después de un largo noviazgo y compromiso con un hombre de su ciudad, la relación se desbarató. La paciente también había tenido problemas ginecológicos severos, que requirieron cirugía profunda y esto la hizo sentir muy vulnerable en el área sexual. Estaba muy dolida y decepcionada con los hombres y con su salud, y todo esto influyó para que ella tomase la decisión de abandonar la vida judía convencional, dentro de la cual se había criado y que conocía tan bien. Empezó a explorar movimientos judíos alternativos y se mudó a la capital. Cuando la conocí tenía poco menos de treinta años. Estaba involucrada en una relación homosexual que había durado varios años, con una mujer no judía. Ella me aseguraba que quería mucho a su compañera y yo le creía, porque era una persona honesta. Pero por otro lado, en la realidad cotidiana hacía mucho tiempo que la relación no era buena. Estaba identificada de una manera muy cercana con la posición y los ideales del feminismo radical. Sentía que había llegado la hora de exigir la igualdad con los hombres y de corregir las injusticias impuestas por el dominio masculino. Ella quería corregir estas injusticias, preferentemente en la sociedad en general, aunque su atención estaba enfocada principalmente en la comunidad judía. Esta mujer era una militante, su estilo era el de un gladiador y había suficiente celo revolucionario dentro de ella como para conferirle bastante poder. Tenía una energía sin límites, bastante creatividad, un buen talento organizativo, una mente aguda y un pronunciado sentido del humor. Por otro lado sentía que su vida era un desorden monumental y estaba dolida y confundida. Además de lo anterior tenía un fuerte interés y una tendencia hacia lo espiritual.

La mayor parte de su terapia involucró una larga y detallada exploración de su identidad judía. Puesto que ella experimentaba esta identidad judía tan intensamente, ésta se ramificaba en muchas áreas de su vida. El judaísmo llenaba un gran espacio dentro de su ser; por lo tanto era muy importante para ella que esta dimensión fuese vista, comprendida y aceptada.

A medida que trabajamos juntos la relación fue puesta a prueba severamente. El hecho de que conjuntamente nos sobrepusimos a los obstáculos en el camino, calmó su angustia y le dio coraje para empezar a confiar en mi. Ella no pensaba que yo siempre tenía razón, sabía que a veces yo no acertaba y cuando esto sucedía, ella me lo dejaba saber de manera bastante rotunda. La confianza a la que me refiero es que ella confiaba en que yo tenía un espíritu de buena voluntad para con ella y que cualquier intervención mía venía de buena fe. Podía perdonar mis errores porque valoraba mi autenticidad.

En el transcurso de su tratamiento desarrolló una enfermedad llamada síndrome de fatiga crónica, que la llevó a tener que guardar cama durante extensos períodos. Por esta época su relación de pareja se estaba terminando. Mientras todo esto le estaba sucediendo, sintió una honda necesidad de explorar más profundamente el ritual y la oración dentro del marco judío. Durante las fases más agudas de su fatiga crónica empleó sus oraciones, sus lecturas, sus rituales y su terapia como anclas que la mantenían conectada al mundo, al universo y a Dios. A medida que pasaba el tiempo continuaba acercándose emocional y psicológicamente a la ortodoxia judía. Esto le resultaba un tanto difícil porque, por un lado creía y sabía que quería ser siempre fiel a sus ideales feministas y, por otro lado, sentía visceralmente la profunda atracción espiritual que el judaísmo ortodoxo ejercía sobre ella. Esta situación la obligó a cuestionarse y a analizar en el laboratorio del consultorio su miedos, sus supersticiones, sus esperanzas y sus verdaderas creencias.

Hacia el final de su terapia conoció y luego se casó con un señor judío ortodoxo que cumplía estrictamente con los requerimientos religiosos. Este caballero parecía darle el calor humano, el afecto y la visión espiritual que tanto necesitaba.

El hecho de que los pacientes tengan intereses espirituales o religiosos en sí, no nos dice gran cosa. Lo importante y en mi opinión la cuestión central que debe ocuparnos es, cómo emplean los pacientes la comprensión espiritual que ellos tienen en su vida cotidiana. Aquí nuestra tarea tiene un lugar legítimo, como por ejemplo en el primer caso que discutí, el de la mujer irlandesa que rechazó su crianza católica y se volvió budista. La idea central que la conmovía era lo que en inglés llaman 'skilful action'. Skilful action no tiene una traducción exacta al español pero tiene connotaciones de una acción llevada a cabo con destreza, con maestría, una acción acertada para una circunstancia determinada. Yo la llamaré acción diestra. La acción diestra en el budismo tiene asociaciones éticas y está ligada con las ideas de equilibrio y medida. La paciente utilizaba esta idea para examinarse a sí misma y al mundo que la rodeaba. Esto le proporcionaba un nuevo lente que ella usaba para aclarar los problemas que se le presentaban y que contribuían a las confusiones en su vida. Al intentar vivir con mayor destreza mejoraron sus relaciones y la calidad de su vida. En su caso, el poder tener una relación más armoniosa con su familia y el haber puesto fin a la querella con su antigua religión, fue el resultado directo de la consciente aplicación práctica del principio de acción diestra. En mi calidad de terapeuta me sentí capaz de aceptar plenamente esta idea. Se volvió un instrumento terapéutico importante. Esta alianza entre la terapia y el principio de acción diestra resultó ser muy fructífera y nos permitió acceder a áreas de su persona, que previamente habían permanecido inaccesibles e intocadas. Las partes de su persona que habían sido demasiado sensibles comenzaron a robustecerse y las que habían estado demasiado cargadas emocionalmente empezaron a calmarse. Lo anterior ayudó a crear un nuevo clima psicológico que le permitió efectuar importantes cambios en su vida. El principio de acción diestra estaba muy presente en la relación transferencial. La paciente lo usaba como modelo para medirme a mi, a mis acciones y a mis intervenciones. Pero más importante aún era un modelo que los dos compartíamos y que utilizábamos para observar el desarrollo del proceso de su terapia. A través de los episodios más tempestuosos de su terapia, el principio de acción diestra era una quilla que la ayudaba a sostener el curso de su tratamiento y de su vida. Cuanto más usaba el principio de acción diestra más crecía su comprensión del concepto. La aplicación práctica en su vida de este principio le llevó a mudarse de una posición revuelta y confusa y la ayudó a establecer un ojo discriminatorio con el que puso orden donde antes había habido caos. Le trajo a su vida un nuevo sentido de proporción y la llevó a reparar viejas relaciones y a sanar muchas heridas. 

El segundo caso que discutí era el de la paciente que sentía que la vida no tenía sentido, que padeció encuentros sexuales violentos, que desarrolló un cáncer de pecho y que luego recibió inspiración espiritual de un maestro en la India. Reflexionando sobre su tratamiento detecto dos fases distintas: el período anterior a la erupción del cáncer y lo que transcurrió subsiguientemente.

En la primera fase que duró unos cuatro años la sentía extremadamente vulnerable y con defensas muy fuertes. En la superficie parecía que ella trataba de cooperar conmigo y que quería ayudar en el desarrollo de su terapia. Sin embargo a un nivel más profundo permanecía intocada y se sentía una intocable. No era el caso de que le faltara buena voluntad, ella de verdad quería ir más profundo, pero no tenía acceso a estos niveles de sí misma. Cada vez que yo hacía referencia a esta situación ella respondía como si yo le estuviese hablando en un lenguaje desconocido y misterioso. Esta falta de contacto con las partes más profundas de sí misma le hacían sentir que la vida no tenía valor ni sentido. Estaba asustada, perpleja y confundida y percibía a su vida como chata e insatisfactoria. Tampoco tenía un contacto adecuado con su cuerpo, lo veía como un objeto feo y vergonzoso; algo que ella odiaba y que merecía ser castigado y destruido. Cuando trataba de explicarle todo esto sentía como que me estrellaba constantemente contra un muro.

El descubrimiento de su cáncer cambió todo dramáticamente. Por primera vez en su memoria notó que otros valoraban y cuidaban su cuerpo, este cuerpo que ella había despreciado tanto empezó a volverse una realidad para ella, ya no era simplemente una caricatura bidimensional. La nueva relación con su cuerpo le permitió profundizar en la exploración de sus sentimientos. En consecuencia se enriqueció la relación terapéutica. La vida ya no era simplemente algo que ella tenía que soportar y yo no era simplemente una barca a la deriva de la cual ella se agarraba con la punta de los dedos. Su vida ahora había adquirido valor, no era algo de lo cual yo tenía que seguir convenciéndola, era algo que ella misma podía sentir y estaba agradecida. Esta gratitud se expresó en una extensión dramática de su intereses en dos campos principales, específicamente su cuerpo y una profunda curiosidad acerca del significado de la vida.

Su preocupación por el cuerpo la condujo al cuidado de un acupunturista homeópata, cuyas ideas sobre salud y entereza eran bastante compatibles con las suyas. Por otro lado, la curiosidad sobre el significado de la vida, la llevó a explorar tradiciones espirituales diversas. Se interesó profundamente en el tema y quedó muy sorprendida por la amplitud de este campo. Descubrió con alivio que podía desarrollar sus intereses espirituales sin tener que ir a la iglesia. Esta era una mujer "alternativa", ella quería tener la posibilidad de medicina alternativa y de espiritualidad alternativa y como dije anteriormente, sus exploraciones la condujeron a un maestro espiritual de cuyas enseñanzas recibió mucho consuelo e inspiración. El maestro le proveía la amplitud que ella tanto necesitaba y también le ofrecía la profunda comprensión de la vida que añoraba. La temática que fue central en la segunda parte de su análisis, fue el tema del amor y del servicio que no son exclusivos al campo espiritual, pero en el caso de esta paciente lo vivificaban. Para ser más preciso diría que fue la terapia junto con las enseñanzas espirituales que actuaron como catalizadores para su crecimiento. Un poco como la Bella Durmiente, ella se despertaba después de una larga pesadilla. Estaba viva y estaba despierta, era tiempo de celebrar y celebrar significaba amar y servir.

"Si quieres paz y si quieres felicidad, debes vivir con amor. Solamente a través del amor hallarás verdadera felicidad. El amor florece dando y perdonando. El egoísmo crece tomando y olvidando. Desarrolla tu amor, sumérgete en amor". Estas palabras de su maestro le hablaban directamente al corazón, la inspiraban y extendían su imaginación. El problema que a ella le quedaba por resolver era ¿qué era el amor? En su análisis tuvo que descubrir el hecho sorprendente de que uno no puede dar lo que uno no tiene. Para poder dar amor, uno tiene que tener amor. La paradoja es que uno no puede tener amor sin amarse a sí mismo. A medida que el tratamiento progresaba, su amor por sí misma y por los que la rodeaban se fortaleció. Los ataques de su severo superyo se volvieron menos feroces y ella paulatinamente desarrolló una relación de más humor y tolerancia consigo misma. Logró hacer las paces con su doloroso pasado y perdió mucho de su temor a la vida.

El tercer caso que discutí fue el de la paciente que empezó la terapia en calidad de feminista radical lesbiana, y al final se transformó en una esposa ortodoxa judía, que cumplía estrictamente con los requisitos religiosos. Su terapia podría muy bien describirse como una búsqueda tormentosa de sí misma. Ella estaba comprometida, en un nivel muy profundo, a encontrar una modalidad de expresión en el mundo que fuese un fiel reflejo de quien era realmente. La dificultad principal con este objetivo era que antes de poder reflejar mejor, necesitaba conocerse mejor. Este era su propósito al entrar en terapia, en las palabras del Dr. Bion, necesitaba ser presentada a quien era realmente. Este trabajo de presentación cubrió un amplio espectro, existían muchas contradicciones en su mente y muchas más entre su mente y su corazón. Ella necesitaba reconocer y reordenar estas tendencias conflictivas, para poder operar de una manera más armoniosa. Para poder hacer esto tenía que tener el coraje necesario para observarse seriamente. El desorden era grande, nada parecía estar en su lugar porque ella no se sentía en su lugar. La paciente eligió emplear su terapia como el lugar al que traer sus conflictos, sus dudas y su confusión. Ella aportó también su fuerza, su sentido del humor y muchas cosas más.

Al pensar en ella, la imagen de una niña perpleja y asustada viene a mi mente. Esta niña aparece con una caja de juguetes muy grande y toda revuelta. No está segura de lo que hay adentro de la caja, pero a pesar de su miedo está decidida a averiguarlo. Viene con su caja ante la presencia de un adulto familiar y tranquilizador. La niña procede a vaciar el contenido de la caja, desparramándo todo en el piso. Juntos, la niña y el adulto, empiezan a organizar los juguetes, toda suerte de objetos y la basura que se encuentra delante de ellos. Ambos tienen reminiscencias mientras discuten y deciden lo que es de valor. Juntos deciden qué juguetes vale la pena conservar y cuáles pueden ser regalados. También se ocupan de tirar toda la basura. A medida que la confusión empieza a transformase en orden, la angustia de la niña disminuye. Se fortalece a medida que aumenta su discriminación. La visión termina con la niña haciéndose responsable por el orden de su caja, bajo la mirada benévola del adulto.

Volviendo a la paciente, en su terapia ella había colocado a la fe en la cumbre de su sistema de valores. Tenía fe de que tenía un alma y que a través de ella estaba conectada íntimamente con un Dios Cuidador. Quería acercarse a Dios y sabía que esto sólo lo podía llevar a cabo con integridad. El problema de la integridad fue una cuestión importante en su tratamiento. Tenía que pasar por el proceso terapéutico sin permitir que su impaciencia y frustración terminaran por destrozar todo. A través de su búsqueda de la integridad descubrió las virtudes de la paciencia y el autocontrol.

Otro aspecto interesante de su análisis fue el tema de la gratitud. Como personalidad era generosa con su gratitud. El problema era que esta gratitud estaba dirigida y circunscripta a ciertas áreas particulares - había omisiones muy obvias. Durante el transcurso del tratamiento pudimos explorar algunos de estos espacios que estaban en blanco en su mente, gracias a ello su gratitud pudo extenderse, abarcando áreas que no habían sido reconocidas previamente y por lo tanto estaban intocadas. Empezó a valorar a su madre, a su cultura y a su pasado en sus formas diversas. Ya no solamente valoraba pedacitos de sí misma, comenzó a revalorizarse realmente. Este ser que ella valoraba ahora era un ser más completo, real y verdadero. Se había vuelto sana y entera a través de la integridad y la gratitud.

Ahora me dirigiré a dos temas que estos tres casos tienen en común. El primer aspecto que quiero enfocar es lo que llamo el impulso espiritual. Parece originarse en un lugar muy profundo y misterioso del ser y parece ser también un aspecto central de la conciencia. Es una energía dinámica que fluye y tiende a acrecentarse. Las personas que expresan este tipo de impulso tienen la imaginación para soñar y el coraje para seguir el camino marcado por su visión Estas visiones no son al azar, tienen objetivos, son visiones del lugar hacia el cual la persona quiere dirigirse y son, en cierto sentido, más bien aspiraciones. La forma que adopta el impulso puede cambiar; en los casos citados tomó el ropaje del budismo, del hinduismo y del judaísmo. El impulso era el mismo y parecía apuntar a un mayor desarrollo y extensión de la conciencia.

Este impulso estaba acompañado por un fuerte deseo de auto-realización. Realizar quien uno es, viajar a lo más profundo de uno mismo, saber de verdad. La realización del ser es una idea ambigua. El ser significa distintas cosas para distintas personas. Precisamente porque es una idea ambigua, cuando se vuelve un ideal, necesariamente requerirá interpretación y clarificación. Así como difieren las interpretaciones del Ser entre individuos, también hay distintos caminos para abordarlo. El camino espiritual parece ser compatible con una idea que afirma que "¡Cada uno llegará! A su manera, a su propio ritmo, de acuerdo con su propio impulso interior, por el camino que el Ser le irá revelando".

El segundo aspecto que estos casos compartían, era el ideal subyacente de libertad. Como seres humanos vivimos dentro de una gama de posibilidades que se extienden desde la esclavitud hasta la libertad. Existen diversos grados de libertad y diferentes modalidades, a través de las cuales esta libertad se expresará. Cada individuo sentirá su libertad a su manera y la expresará a su manera. Todos gozamos de una libertad relativa. La libertad absoluta es una abstracción pero es también un ideal que todos compartimos, cuando nos despertamos lo suficiente como para apreciar su valor. Recordemos que Gulliver solamente se dio cuenta que estaba encadenado cuando se despertó. El reconocimiento del valor de la libertad es consecuencia directa del desarrollo de la conciencia. Para poder valorarla con un corazón entero y abierto tenemos que sobreponernos a nuestro temor a la libertad. Este temor está íntimamente ligado al temor a la muerte y a la negación de nuestra mortalidad. Sobreponerse a estos miedos es el camino que conduce a la libertad. Los temores son los bloques o barreras que colocamos en nuestra mente y que impiden el crecimiento de nuestra conciencia. Es como estar en un corralito y no poder salir. Crecer significa salir del corral, sobreponernos a las dudas, los temores y la negatividad que nos acosan. Crecer significa tomar conciencia de que los sentimientos están allí para informarnos de lo que está pasando, no son una autorización para actuar; en otras palabras, los sentimientos informan, más no autorizan.

La verdadera libertad está necesariamente acompañada por un sentido de responsabilidad. Ser responsables significa estar conscientes y ser sensibles al contexto. En virtud de nuestro nacimiento como seres humanos formamos parte de una Matriz Universal, con infinitas conexiones interdependientes. A medida que nos volvemos conscientes de estas conexiones, "hacemos consciente lo inconsciente". Es solamente cuando el hombre es consciente que podemos decir que es libre. Los esclavos no son libres ni tampoco son libres las partes del hombre esclavizadas en su mente inconsciente. "La mente es la causa, tanto del encadenamiento como de la liberación", como dice tan acertadamente la tradición hindú. El libre albedrío no es la libertad, pero como encauzamos nuestro libre albedrío, nos puede conducir hacia la esclavitud o hacia la libertad.

En conclusión diré que la esencia de este trabajo bien podría resumirse en la primera estrofa del Himno Nacional Argentino.

Oid mortales el grito sagrado: ¡Libertad, libertad, libertad!

O tal vez en el ideal expresado por mi madre,

" Hijo, quiero que seas libre. Que lleves la cabeza alta y que mires a la vida de frente".

Dedico este trabajo con agradecimiento a todos aquellos que me han enseñado y a todos aquellos que han aprendido de mí.

Este trabajo fue presentado en la versión inglesa en el London Centre for Psychotherapy, en febrero de 1997.