La Persona Cuerda De Adentro

EDUARDO PITCHON - London

"Imagina a toda la gente viviendo en paz.

Dirás que soy un soñador, pero no soy el único.

Espero que un día te unas a nosotros,

y el mundo será uno."

John Lennon, 1971

Vivimos en una época apasionante. Una época de cambios profundos, donde antiguas certidumbres se vuelven los errores de ayer, o las supersticiones de hoy. Nuestro conocimiento del mundo crece a pasos agigantados. Nos estamos debatiendo en el torbellino de una profunda transformación conceptual, a medida que dejamos la comodidad de las leyes newtonianas y nos movemos hacia una incertidumbre de orden cuántico. Las cosas ya no son tan claras como nos parecían. Las líneas conceptuales que por tanto tiempo respetamos, se volvieron borrosas. Ya ni sabemos si un fotón es una partícula o una onda. Al parecer, es ambas cosas, pero sabemos que eso no puede ser. Parece que depende más del observador, o de manera más exacta, de su intención. Esto significa en la práctica que la ciencia ha llegado a un punto en el que descubre que la intención le da forma a la realidad. El mundo exterior y el mundo interior ya no se distinguen con claridad; se están acercando. Parece que Shakespeare tuviera razón: "De los sueños la materia somos". En este momento, el sueño se transforma a gran velocidad, excesiva para mucha gente. Necesitamos seguridad y estabilidad. Cuando éstas no están presentes, tendemos a inquietarnos; nos 'estresamos'. Del estrés sufrimos todos. Mata a mucha gente y causa incontables sufrimientos emocionales y breakdowns mentales. Esta presión está obligando a la gente a prestar atención, pensar de nuevo y buscar otro camino. La especie humana está experimentando un proceso de reinvención, y una redefinición del sueño.

A medida que observamos cómo se desenvuelve el sueño del mundo, podemos ver la interacción de dos corrientes. La primera es la corriente material objetiva, con el énfasis en la producción y el consumo. El mundo material es un amo exigente; absorbe una enorme proporción de nuestras reservas mentales y emocionales, y parece ocupar una gran parte de nuestro tiempo y espacio. Esta corriente trae en su estela grandes cambios. El mundo es ahora un sitio más pequeño, una aldea global que uno puede recorrer en todas las direcciones, al instante. Por primera vez en la historia, estamos interconectados en un nivel físico, de manera real y verdadera. Esto implica que las cosas están listas para un cambio de enormes proporciones. Inclusive, ahora mismo estamos en pleno cambio. Dado que nos está ocurriendo a nosotros mismos, tendemos a aceptar el cambio sin notarlo ni pensarlo. Suponemos que lo que estamos viviendo es una vida normal, y nada más. No tenemos tiempo para detenernos y cuestionar demasiado. Estamos demasiado ocupados, corriendo desesperadamente en un vano intento por absorber y responder a los cambios, que se suceden vertiginosamente. Ante el torrente de los cambios, la única alternativa es tratar de mantenerse a flote. Hay muy poco espacio y tiempo para detenerse a reflexionar.

La segunda corriente, la subjetiva, también crece de manera exponencial a medida que más y más personas dirigen su atención hacia el mundo interior. Aquí también, el escenario está sometido a grandes cambios. Hay mucha confusión, pues el mundo moderno está socavando las antiguas estructuras de las religiones tradicionales, como el monopolio de la verdad y la autoridad incontestada. El mapa de la subjetividad está revuelto en la medida en que los religiosos, los psicoterapeutas, los consejeros, los profesores, los gurúes y los maestros - los chamanes del mundo subjetivo - se esfuerzan por consolidar sus feudos. Con semejante confusión, no sorprende que cada vez más individuos estén buscando ayuda en la psicoterapia.

La psicoterapia es un viaje extraordinario al espacio interior. Iniciar una psicoterapia es una decisión trascendental en la vida de una persona. Se equivocan quienes creen que el consultorio es un lugar donde gente con demasiado dinero y poco que hacer, viene a consentir sus antojos y pasar el rato. Otro prejuicio pretende que la gente que viene a terapia es 'perdedora', que carece de la fuerza interna para enfrentar las cosas por sí mismos, y está buscando que alguien se haga responsable de sus vidas.

La verdad es lo opuesto; cuando una persona decide consultar a un psicoterapeuta, es porque padece de una profunda infelicidad. Es una señal que proviene de las profundidades del ser: algo fundamental tiene que cambiar. Los pacientes no siempre saben esto de manera consciente, pero en el corazón, en algún rincón de su fuero interno, lo saben muy bien. No se molestarían, de otra manera. Claro que muchos quisieran que todo cambiara y que los pensamientos y sentimientos embarazosos se esfumaran, sin que fuera necesario producir un cambio en ellos mismos. Me temo que se trata de una ilusión más. A medida que usted cambia, también se transforma el mundo que habita. Esa es la ley de causa y efecto. Uno no puede tratar el efecto, haciendo caso omiso de la causa, pues si lo hiciera, la causa encontraría una nueva manera de manifestarse.

Cuando alguien entra a mi consultorio, trato de no dejarme encandilar con el resplandor de los problemas que está presentando. Parto del supuesto que detrás de cualquier máscara que alguien pudiera presentar, hay una persona sana atrapada, que trata de salir. Entonces, para mí la psicoterapia es sencillamente un esfuerzo por liberar a la persona sana que hay adentro. La evaluación del proceso psicoterapéutico dependerá de la medida en que nos acerquemos a ese objetivo. Hay una palabra yiddish, 'meshugas', que significa absurdo, o loco. Nuestros 'meshugas' son los obstáculos que impiden la libre expresión de quiénes somos en la realidad, qué es lo que sentimos de verdad en el nivel más profundo. Por eso suelo describir a la psicoterapia como un proceso de 'desmeshuganización'.

El contrato analítico es el primer paso en este inusitado viaje. Es la semilla de la que crecerá de manera orgánica el árbol terapéutico. Desde un punto de vista externo, el contrato entre paciente y terapeuta es un asunto claro y sin complicaciones. El paciente recurre a un terapeuta para la prestación de un servicio. Una vez que hayan discutido el proceso, lo usual es que lleguen a unos acuerdos estructurales muy básicos, tales como número de sesiones a la semana, horarios y honorarios por las sesiones, etc. El contrato queda abierto, pues lo normal es que el tratamiento dure algún tiempo, y al principio no hay manera de saber cuánto llevará. En mi experiencia, es más como correr en una maratón que en un sprint de cien metros. El paciente está en libertad de dar por terminado este contrato en cualquier momento, si él o ella así lo elige.

Visto desde adentro, es otra historia. Para mí, el contrato psicoterapéutico es un lazo cuasi-sagrado con otro ser humano. La persona sana dentro de mí tratará de abrirse a la persona sana que hay dentro de mi paciente, y entablar una relación. Cuando acepto a un paciente en psicoterapia, me convierto en el sirviente de esa persona. Con esto no quiero decir que me vuelva servil ante la personalidad y el carácter del paciente. En realidad, me estoy poniendo al servicio de algo que está más adentro, y es mucho más profundo. Estoy al servicio del mayor bien del paciente. Sé que se podría cuestionar esta noción de 'mayor bien', pues cómo sabe uno que está 'sirviendo el mayor bien' y no meramente imponiendo sus propios conceptos o peor aun, sus propias proyecciones. Esta crítica es válida y no hay respuestas fáciles. Cada uno puede pensar lo que le parezca, pero si suspendemos por un momento nuestro escepticismo, podremos seguir adelante.

Estoy partiendo de una hipótesis básica: que en el nivel más profundo, todos los seres humanos somos lo mismo. Todos queremos las mismas cosas; queremos ser felices, sentirnos bien en nuestro ser y estar en armonía con el mundo. Todos quisiéramos sentirnos amados incondicionalmente y encontrar la paz y la realización en la vida. Claro que los pacientes nunca dicen esto ni lo expresan de esta manera; yo tampoco lo esperaría. La gente llega presentando sus aspectos disfuncionales, sus temores, sus preocupaciones y en general su idea de que no son lo que deberían ser. También ofrecerán sus defensas y su terquedad. Sus ideales más exaltados, sus visiones más grandes y sus aspiraciones más elevadas, no las expresan con facilidad: las guardan celosamente bajo llave. Están profundamente enterradas en alguna parte del corazón y cubiertas por una dura costra de desilusión, dolor y cinismo. Con frecuencia, estas altas aspiraciones están tan bien guardadas que el paciente no está siquiera conciente de tenerlas. El aspecto más íntimo, vulnerable y precioso del ser yace en la profundidad del mar del inconsciente, oculto por corrientes de desconfianza, pesadumbre e incredulidad. Desde luego, al comienzo del tratamiento uno no enfrenta al paciente con todo esto de manera explícita. No sería apropiado, del mismo modo que no lo sería sentarse a conversar sosegadamente con una persona a la que se le está incendiando la casa. Ante todo, uno trataría de sacarlos de la zona de candela y salvar lo que se pueda salvar. Después, cuando la crisis haya terminado, si la persona lo quiere, siempre habrá tiempo para una conversación tranquila, y tratar de entender qué pasó, y hacia donde seguir a partir de ese punto.

Mi principal responsabilidad como psicoterapeuta es ser el depositario de las aspiraciones más altas y más profundas de mis pacientes. Este es el Santo Grial de mi trabajo. Es lo que da forma a mi práctica y fortalece mi compromiso con la tarea. El periplo psicoterapéutico tiene por norte la aceptación de sí mismo y de la capacidad de valerse por uno mismo. Con esto no quiero decir que haya que volverse rígido y hermético. Esto no es valerse por sí mismo en un sentido real. Valerse por sí mismo implica una confianza en el propio ser, de todo corazón. Para que esta transformación se dé, el paciente tendrá que perder el hábito de juzgar y condenarse. Esto fue lo que quise decir al afirmar que soy el servidor del más alto bien de mi paciente, y desde este punto de vista, la psicoterapia es similar a una experiencia religiosa.

Es sabido que la excitación enceguece a la razón. Cuando la gente entra en terapia, puede estar en un estado de gran excitación. Esto hace pensar en una experiencia apasionante, que en determinados momentos puede convertirse en un desafío escalofriante, tanto para el paciente como para el terapeuta. No hay otro camino y no lo querríamos de otra manera, porque el viaje es el mejor maestro para ambos. El viaje al que me refiero es siempre el mismo, que se presenta en mil variadas formas. Desde el enjuiciamiento hacia la aceptación, desde la condena hacia el amor por uno mismo. Dos continentes con dos climas emocionales muy diferentes. Uno agitado y amenazante, otro claro y sereno. En mi experiencia, el resultado del viaje dependerá de la capacidad que tenga el paciente para serenar la mente y permitir que el corazón se derrita. Cuando alguien comienza una terapia, lo común es que todo esto sea lo último que se le ocurra; son ideas ajenas y que infunden miedo. Pues el motivo mismo de haber venido a la terapia fue que la persona tuvo que batallar tan arduamente y sufrir tanto. Ya se siente vulnerable, herida y adolorida, y para colmo le piden que baje unas defensas en las que confía. La propuesta le aterra, le parece que desafía al sentido común y que conjura toda suerte de espectros del pasado y escenarios peligrosos. A menos que una persona sea incauta al extremo - y la mayoría no lo es- tendría que sentir mucha seguridad y confianza, antes de poder siquiera contemplar algo tan radical. La 'persona-paciente' tendrá que confiar de verdad en la 'persona-terapeuta'. La confianza es un bien precioso. Desde temprano, fuimos condicionados a no entregar nuestra confianza, nos inculcaron que el mundo es un sitio azaroso, que la gente es pícara, que siempre querrá sacar ventaja... En fin, cosas sabidas. Para sobreponernos a esta desconfianza aprendida, tenemos que superar algunas de nuestras 'barreras de incomodidad' y romper algunos de nuestros tabúes auto-impuestos. La confianza es hermana de la fe y el amor.

El fundamento de la psicoterapia es una relación entre terapeuta y paciente. A ambos les incumbe hacerla tan sana como sea posible. La confianza, el respeto y la gratitud son los resultados naturales de una relación bien avenida; toman tiempo en desarrollarse y son la expresión de una relación madura. Esto no ocurre por arte de magia; para que se dé, dos cosas deben estar presentes: la voluntad de comunicarse y el valor de correr un riesgo. La psicoterapia es riesgosa porque es un encuentro detrás de la máscara. Cuando nos aventuramos detrás de la máscara, entramos en el territorio de nuestra alma. Con esto me refiero a nuestro ser íntimo. En la superficie, el mundo del ser íntimo de cada persona aparece muy diferente. Cada ser humano es único; el mundo interior está configurado por una serie compleja de factores como la historia del individuo, las circunstancias, los sentimientos y las creencias. La historia son los antecedentes, el pasado; las circunstancias son el presente, el marco de la propia vida; las creencias son los parámetros que le dan forma a la experiencia; mientras que los sentimientos llevan el flujo de la energía en el mundo interior.

El mundo interior puede ser un sitio bastante embrollado. De alguna manera refleja la confusión a la que nos enfrentamos en el ámbito externo. Es un mundo poblado por voces en conflicto, necesidades diversas, sentimientos confusos e impulsos a la acción, que compiten por nuestra atención. El mundo detrás de la máscara puede parecerse mucho a una casa dividida y en caos.

Entender que somos los responsables del estado de nuestro mundo es el mayor regalo que nos podríamos hacer, pues ahí está el camino hacia la madurez y la libertad. Este mundo nuestro está necesitado de atención y sediento de un poco de amor y cuidado. Nuestras casas divididas tienen muchas mansiones; dentro de nosotros tenemos muchos cielos, infiernos y purgatorios. Hay muchos de estos sitios que hace mucho tiempo que no hemos visitado, y es probable que hasta hayamos olvidado que existen. Yacen en el abandono, protegidos por lo que podríamos llamar 'barreras amnésicas'. Todos sabemos que nuestra memoria es altamente selectiva y poco confiable. Tendemos a recordar determinadas cosas y el resto va a dar a un gran saco que cargamos, llamado olvido.

En el espacio interior, el recuerdo y el olvido coexisten e interactúan constantemente de muchísimas maneras. Se enmarañan, se anudan y se confunden. Esto genera sentimientos de malestar e inseguridad a medida que a uno lo sacuden las presiones en conflicto, haciéndolo bailar como hoja al viento. Estas fuertes corrientes condicionan nuestra percepción. En consecuencia, tendemos a confundirnos y se nos distorsiona el concepto que tenemos de nosotros mismos y como vemos el mundo.

En el nivel más profundo, quien uno cree que es tiene una importancia fundamental. Es el principio organizador alrededor del cual se ordena todo lo demás; la columna vertebral del espacio interior. Nuestra identidad es una 'psico-construcción' provisional. Es provisional, pues como usted sabe por su propia experiencia, cambia en el curso de la vida. Por eso decimos que se trata de un proceso dinámico. La identidad siempre está en construcción, pues está constantemente influenciada por nuestras experiencias de vida y nuestra interpretación de las mismas. Cómo interpretemos algo, depende de nuestras ideas. Las creencias, las opiniones, los pensamientos o fragmentos de ideas, todos son ideas. Diferentes partes de una misma cosa. Las ideas son palabras en el idioma de la mente; son la manera que tiene la mente de comunicarse consigo misma. Son a tal punto partes de nosotros, que tendemos a ignorarlas y darlas por sentadas. Son tan obvias que no las cuestionamos y nos olvidamos que le dan forma, textura y color a nuestras experiencias. Ignorarlas es peligroso para la salud mental.

Poca gente se da cuenta de que las ideas no son un hecho, sino una elección. Un aspecto importante del proceso psicoterapéutico consiste en un examen en profundidad de qué es lo que uno cree. La exploración del sistema de creencias de una persona puede resultar muy fructífera. Pone en evidencia que la persona no es consistente; con frecuencia, revela una confusa mezcla de ideas. Tendemos a sostener un buen número de creencias contradictorias e infundadas. Tratar de mantenerse leal a un sistema semejante, conduce a una experiencia vital caótica y carente de integración. Encontrar cuáles son las creencias que uno tiene, es un poco como hacer un inventario. Toma tiempo y perseverancia. Las creencias son importantes porque pueden ayudar al propio crecimiento y desarrollo, o por el contrario convertirse en escollos, callejones sin salida. La psicoterapia proporciona al paciente una oportunidad de descubrir cuáles ideas alberga, y decidir qué hacer con ellas. Algunas ideas son claramente erróneas, divisoras y anacrónicas. A éstas las llamo 'aplastadoras', pues aplastan nuestro mundo interior y distorsionan nuestra percepción de quiénes somos. Otras creencias que tenemos son saludables e inspiradoras. Ideas que vale la pena conservar y nutrir. Somos los jardineros de nuestras mentes, y a nosotros nos toca decidir cuáles son las malezas y cuáles las flores, cuáles ideas son 'aplastadoras' y cuáles 'inspiradoras'. A medida que uno crea un nuevo orden en sus creencias, lo que se transforma es la percepción intuitiva de quién es uno. No soy hoy quien pensé ser ayer, pues lo que me venía bien entonces ya no me conviene. A medida que eliminamos estos conceptos o creencias aplastantes, aspectos más profundos de nuestra identidad podrán salir a la superficie, y tendrán espacio para expresarse de manera más directa y sencilla. A medida que la energía fluya con mayor soltura, con menos bloqueos, nos cambiará, y la expresión de quiénes somos y quiénes llegaremos a ser se volverá más clara y auténtica.

Hay otro aspecto del que debemos percatarnos. Los pensamientos no vienen solos. Un pensamiento es como un cometa con una cola larguísima. La cola de cada pensamiento es un sentimiento, del que podemos o no ser concientes. Es importante prestar atención a los sentimientos, pues son el idioma que usamos para comunicarnos con nosotros mismos, o tal vez el idioma que usa nuestro corazón para comunicarse con el mundo. Los sentimientos constituyen el clima del espacio interior y es sólo por el camino del corazón que uno puede acercarse al ser sano, a la salud interna.

En la práctica de la psicoterapia, tendemos a encontrarnos con corazones que están en estado de gran turbación, como una orquesta sin director. Cada instrumento toca su propia música, pero contribuye a generar una cacofonía de ruidos carentes de armonía. Esto es una consecuencia del estado de la mente, con sus ideas enredadas y contradictorias. No es de sorprender que muchos individuos en esta situación sufran de una especie de 'timidez del corazón'. Un corazón desordenado es un corazón inseguro, un sitio que causa temor. La timidez del corazón puede ser un obstáculo formidable en la búsqueda de la verdad. Es importante recordar que sólo crecemos si nos sobreponemos a nuestros temores; a nuestras limitaciones auto-impuestas. Como afirmé arriba, se trata de un viaje que requiere valor, resolución y perseverancia.

Al seguir el camino del corazón, nos topamos con toda suerte de espectros y espantos, vestigios de épocas pasadas. Son las defensas ilusorias que cierran para nosotros el camino de retorno. Por eso también describo a la psicoterapia como un proceso de exorcismo psicológico. Poco a poco, a medida que se reordenan nuestras creencias y crece nuestra fortaleza y confianza, empezamos a sobreponernos a las inhibiciones que fueron los resultados naturales de nuestros temores equivocados. Los temores son bloqueos ilusorios que impiden la expresión espontánea y natural de nuestro ser. Son como espantapájaros o máscaras temibles en la superficie del corazón, guardando algo precioso, que llamo 'la fuente'. En el jardín de nuestro corazón, hay un rincón escondido en donde los sueños del amor verdadero, la confianza, la bondad, la armonía y la dicha, viven y se cultivan con ternura. Estos altos ideales hacen que la vida humana valga la pena. Son los fundamentos mismos de la pirámide del hombre, y también ocupan la cima.

Entre los fundamentos y la cima está toda la zona intermedia, en donde la mayoría pasamos casi todo nuestro tiempo; erróneamente llamamos a esto el mundo real. En la medida que nos concentremos más de la cuenta en la zona intermedia, entretenidos con las vicisitudes de la vida, la fuente quedará descuidada. No nos sentiremos dignos de estos altos ideales y podríamos fácilmente decidir que son sólo sueños irreales e irrealizables. En otras palabras, aplastaremos la esencia de lo que nos hace verdaderos seres humanos. Avanzamos con pesadumbre, ignorando nuestros fundamentos y construyendo una Torre de Babel encima de todo. Como usted sabe, esa torre simboliza un mundo de confusión. Nos preguntamos quién está sano y quién loco. Ya no lo sabemos con seguridad. Hay tantas voces discordantes, clamando, reclamando y compitiendo por nuestra atención. Percibimos en forma fragmentaria, pequeños trozos que asaltan nuestros sentidos. La voz de la razón se confunde con la voz de la irracionalidad. La voz de la esclavitud se toma por voz de la libertad.

El camino del corazón lleva al desmantelamiento de la Torre de Babel y al retorno a la fuente. Como aprendemos haciendo, lo que tenemos que hacer es empezar a deshacer. Tengo que saber que si quiero paz, de nada me sirve pedirle a otro que me la dé. Me tengo que poner en paz, y a la vez, dársela a los otros. Lo mismo es cierto del amor, la dicha, la armonía o cualquier otra cosa en la que uno quiera pensar. 

Con frecuencia se dice que Dios ha concedido a los seres humanos el libre albedrío. Si este es el caso, me parece aconsejable ejercer este privilegio. Tenemos la capacidad de imaginar y soñar, crear y recrear nuestro mundo, nuestra historia y nuestras experiencias. Si de veras lo queremos, siempre podemos cambiar de perspectiva y ver las cosas de otro modo. Claro que esta libertad de elegir es un arma de doble filo. Podemos usarla irresponsablemente y crear conflictos y confusiones aun mayores; esa es la dirección de la torpeza. Alternativamente, podemos usarla con cuidado y responsabilidad, para resolver conflictos y purificar el mundo. Esta es la dirección de la sabiduría: la 'Sabiduría Perenne', como se la llama a veces. Sabiduría y torpeza viven una al lado de la otra en el mundo exterior y también en el interior de cada uno de nosotros. Dentro de cada uno, se da una incesante batalla entre las corrientes de sabiduría y torpeza. El desenlace decidirá quién va a ser el capitán. Jean Paul Sartre dijo alguna vez, "El infierno, son los otros." Es una buena línea, pero me temo que no es verdad. Somos los creadores de nosotros mismos, los artesanos de los paraísos e infiernos que habitamos. En última instancia, la sabiduría ganará; tiene que ser así, pues representa la verdad. Mientras tanto, la batalla continúa, y el 'psico-espectáculo' debe proseguir.

A modo de ilustración práctica de esta discusión, quiero compartir con ustedes un caso de mi consultorio.

Hace unos años, un joven vino a verme a mi consultorio. Chippo tenía entonces 18 años. Lo habían criado unos padres muy inteligentes, exitosos en sus carreras. Había un fuerte mensaje, no verbalizado, de que Chippo tenía que descollar en el deporte y el estudio. De joven, se diagnosticó que Chippo tenía un moderado impedimento para el aprendizaje, que dificultaba mucho su rendimiento escolar. Los deportes se volvieron su refugio, su santuario de excelencia; pero no era suficiente, necesitaba más; había todo un aspecto de su ser que no estaba siendo utilizado, y que carecía de toda expresión creativa. Esto lo hacía sentirse extremadamente frustrado. Como nunca pudo cumplir las expectativas no verbalizadas que percibía a su alrededor, Chippo se convirtió en un rebelde. Encontró su propia manera de brillar: si no podía ser el mejor, podía al menos ser el peor, y se embarcó con entusiasmo en esa vía. Se volvió un drogadicto, en realidad el 'rey de los drogadictos'. Consumía drogas en grandes cantidades e inclusive llegó a distribuirlas entre sus amigos. Se metió en toda clase de líos y problemas, y con frecuencia sus aventuras lo pusieron al borde de la criminalidad. No tenía mucho respeto por sí mismo, y como consecuencia no respetaba a nadie más. En su grupo, algunos de los más alocados lo veían como un héroe y modelo a seguir, mientras que la mayoría lo consideraba un 'loquito'.

En su casa, las relaciones eran tirantes: la comunicación con sus padres se hizo cada día más difícil. Las peleas no ayudaban, ni tampoco los castigos, porque Chippo tenía un as en la manga. Tenía el dedo puesto sobre el botón de 'auto-destrucción', y como era tan desequilibrado y estaba tan infeliz, todo el mundo creía que podría oprimirlo en cualquier momento de crisis. Hasta Chippo creía que podría hacerlo. A él no le importaba. ¿Y qué tenía que perder? La vida era una porquería y él no tenía nada mejor que hacer. Así que su mensaje era claro: "No me empujen, porque salto."

La escuela se había dado por vencida mucho tiempo antes; y Chippo se fue, o más bien, le pidieron que se fuese, sin títulos ni papeles que mostrar por todos esos años de tormento, por tanta angustia e incomprensión que debió soportar. Un verdadero fracaso.

Así estaban las cosas cuando Chippo se permitió aceptar un consejo de sus padres, y vino a verme. Venía únicamente a echarme una miradita. Pensó que podía comprobar lo que ya sabía: los terapeutas, como todos los demás, éramos unos fraudes con una máscara de falsa sabiduría. Ese era el cuadro con el que me tuve que enfrentar: una historia que parecía poco prometedora.

Para sorpresa mía, cuando conocí a Chippo, me cayó en gracia. Me gustó lo que vi. Un muchacho, un hombre, con una aguda inteligencia sin adiestrar, acostumbrado a salirse con la suya, exponiendo la hipocresía detrás de las máscaras de los demás. Su propia hipocresía no le importaba: como de todas maneras estaba más allá de toda redención…

Empezamos bien. Cuando vino, al principio, pensó que yo iba a insistir con el convencional programa adulto de 'sacarlo de la droga'. Yo me di cuenta de inmediato que ese camino no nos llevaría a ninguna parte, así que dejé en claro que ese no era mi objetivo. Lo que Chippo hiciese con su ingestión de droga, lo mismo que con cualquier otra cosa, era en última instancia su propia responsabilidad. Lo que a mí me interesaba era llegar a conocerlo y que él me conociese, en la esperanza de que pudiéramos simpatizar y entablar una verdadera amistad. En mi experiencia, buenas amistades pueden ser fuente de inspiración y una ayuda incalculable para el crecimiento y la maduración. Claro que yo entendía que una amistad entre nosotros sería algo muy inusual, dado que yo era tanto mayor que él, pero yo estaba dispuesto a ensayar; y si él estaba dispuesto a cooperar y tenía el valor necesario, seguiríamos adelante.

Bueno, ya se podrán imaginar que Chippo no era hombre para declinar un reto de este género. Además, sabía que, con el tiempo, iba a desenmascararme y expondría mi falta de idoneidad; mientras tanto, me podría usar para sacarse a sus padres de encima.

De manera que dijo que sí. Me gustó su actitud; entendí su lógica; sospecho que yo mismo habría dicho que sí, en su lugar. Se lo dije, y así fue como comenzó nuestra extraña relación. Desde el principio, teníamos un acuerdo. Los encuentros entre nosotros tendrían lugar detrás de nuestras máscaras. Es decir, el verdadero 'yo' y el verdadero 'él' se iban a encontrar cada vez que nos encontrásemos. Yo era 'Pichi', el viejo sabio, gordo y perezoso, y él, simplemente, 'Chippo', el atrevido.

Las primeras etapas de nuestra relación fueron azarosas. Tuvimos que superar numerosos obstáculos. Chippo estaba triste e infeliz, pues todo le parecía gris: el mundo, su energía y la vida en general. Estaba en un momento crítico, al borde de perder la esperanza, de darse por vencido. La fiera estaba lastimada, y la gravedad de la herida era lo que nos estaba acercando.

Su mundo era realmente descorazonador. Ahí estaba, viviendo en casa de sus padres, intoxicado con drogas todo el día, tratando de ahuyentar la horrenda sensación de aburrimiento de no tener nada que hacer y de no querer hacer nada. Sus padres, observaban desde afuera con una mezcla de preocupación, indignación, ira e impotencia. Esto lo hacía retroceder aun más dentro de un 'bunker' de resentimiento y negatividad. Lo que sus padres le daban carecía de valor, y lo que él tomaba, era robado. La gratitud y el aprecio brillaban por su ausencia. Todo el mundo estaba muy preocupado por el pobre Chippo. Sus compañeros se habían ido a la universidad y él se quedó solo, en su casa, más y más aislado del contacto humano. No quería hacer ningún esfuerzo por conocer gente nueva, y se negaba a reconocer que estaba preocupado por su vida o por su futuro. ¿De qué serviría preocuparse, si él no creía que pudiese vivir más de treinta años?

Para sorpresa mía, estuvo de acuerdo en venir a verme dos veces a la semana. Poco después de que comenzara el tratamiento, se multiplicaron los obstáculos y decidí incrementar el número de sus sesiones a tres por semana. Y así fue como desarrollamos la mayor parte de nuestra relación.

Chippo siempre llegaba a tiempo para sus sesiones conmigo. Lo común era que arribara con una bolsa de papas fritas que compraba en un restaurante cerca de mi casa. El olor avinagrado de las papas fritas representaba otro acto de atrevimiento. De esta costumbre desarrollamos un pequeño ritual: él me ofrecía y yo le tomaba una o dos papitas de su bolsa; ambos considerábamos que era un impuesto que él pagaba por su atrevimiento. Nuestras sesiones eran usualmente más cortas que los 50 minutos estipulados. Yo las hacía durar el tiempo que él se sintiera cómodo. Decidí desde el comienzo que yo quería hacer que nuestra relación fuera lo más cómoda posible para él; quería que pudiera adaptarse con la menor resistencia posible. Ya tenía bastante con los problemas que le deparaba su vida. Yo quería que nuestra relación fuese un santuario en su vida; un santuario de seguridad, si eso era posible.

Como ya dije, el principio de la relación fue muy difícil. Mi nuevo amigo tenía la mala costumbre de amenazar y chantajear con sus tendencias destructivas, cada vez que las cosas demandaban un esfuerzo, o que la vida se volvía estresante. Esta costumbre nos condujo a un serio acuerdo entre nosotros. En determinado momento, tuve que decirle que si entre nosotros iba a haber una relación que tuviese sentido de verdad, él debía guardar su arma. A mí me resultaba muy difícil pensar con claridad cuando tenía un revólver apuntándome a la cabeza, o a la suya. Le expliqué que era perfectamente aceptable que estuviese armado, pero que por favor no sacase el arma indiscriminadamente. Tenía que aprender las virtudes de sabiduría y paciencia; tenía que entender que la vida es un proceso y que la gratificación instantánea con frecuencia resulta la opción más costosa. Le dije que yo también tenía un revólver tan grande como el suyo, pero que no lo usaba de la misma manera que él. Había aprendido hacía mucho tiempo que darle vía libre a los aspectos más destructivos de nuestra naturaleza militaba en contra de una vida armoniosa y creativa. Chippo era un joven inteligente. Pudo ver la verdad y la sabiduría detrás de estas palabras, y sellamos el acuerdo. Por el momento mantendría el arma firmemente enfundada.

Estos tres acuerdos -darme una oportunidad, flexibilizar nuestras sesiones y abandonar el chantaje- abrieron el campo para que nuestra verdadera relación entrara en juego. Así fue como comencé a conocer al hombre detrás de la máscara. Supe de sus grandes sueños y de las ambiciones ocultas que albergaba para sí, para su vida.

Dada la aridez de su mundo interno, Chippo se había construido un castillo en el aire: un mundo imaginario donde llegaría a ser millonario antes de los veinte años. A los veintidós sería el orgulloso propietario de un Porsche, y lo llevaría a su antiguo colegio. Esto humillaría a los maestros que en su opinión habían fracasado tan abismalmente con él. Subiría a la oficina del director y haría pis sobre su escritorio. Por algún motivo, este cuadro grotesco encendió mi imaginación. Esta pequeña escena encapsulaba muy claramente el estado del mundo de Chippo. A mí me interesaba mucho qué vendría después de la micción. Para esto, nuestro joven amigo no parecía tener ningún escenario convincente. Ahí se terminaba la película. ¿De eso y nada más trata la vida, de venganza, destrucción y muerte? ¿No contiene nada más? ¿No contiene amor, amistad, el deseo de compartir, la dicha de estar vivo? Estos temas ocuparon mucho de nuestro diálogo y fueron la esencia de nuestra relación. Nos divertimos juntos. Claro que sí. Hablamos de todo tipo de cosas. Él tenía toda clase de ideas sobre Dios, el cosmos, las artes marciales, las drogas, la sexualidad, los negocios y el estudio, pero logramos no alejarnos nunca demasiado del sentido de la vida y de los valores que le dan forma. Chippo era un joven vehemente y un buen interlocutor, de manera que se podrán imaginar lo animadas que podían llegar a ser nuestras conversaciones. Nuestra asociación duró tres años y medio. Muchísimo tiempo en una vida tan joven.

Gente no iniciados pregunta a menudo, "¿Qué hay para hablar en terapia? ¿Por qué dura tanto tiempo? Sin duda, a uno se le deben agotar los temas." Si la psicoterapia se tratara solamente de eso, me inclinaría a darles la razón. Pero resulta que la psicoterapia no es eso, y no cabe duda que no lo fue para nuestro amigo. Él usó su terapia con un fin muy diferente. La usó para explorar y hacer experimentos con su identidad. Resultó obvio que el personaje que se había inventado en su juventud había llegado al fin de su vida útil, y si la vida había de seguir, necesitaba una redefinición radical, una reinvención mayúscula. Había llegado el momento en que 'Peter Pan debía salir de la Tierra de Nunca-Jamás', o en que 'la Bella Durmiente se tenía que despertar'. Este proceso toma tiempo. Uno no sabe, al principio, cómo reflejar con exactitud los pensamientos y sentimientos más profundos que uno tiene. Ni siquiera sabemos cuáles son nuestros pensamientos y sentimientos más profundos, pues están nublados por nuestros temores, nuestros mecanismos de defensa y nuestros sentimientos de inseguridad.

El viaje hacia la verdad, que es el viaje a la salud interna, tiene que ver con la remoción de los obstáculos que se interponen en el camino. Si no somos capaces de expresar nuestra verdad más profunda y nuestros ideales más elevados, es porque creemos que no somos dignos de ellos. Entonces, tenderemos a trivializarlos y acabaremos por ignorarlos, declarando que no son 'realistas'; cercaremos el área que los rodea y pondremos avisos anunciando que está prohibido pasar. En realidad, estas áreas vedadas pertenecen al centro de nuestro corazón. Esto implica que uno se está condenando a vivir desde la periferia del ser, actuando sólo desde los niveles más superficiales de la personalidad. 

Fue un viaje extraordinario, aquel en el que se embarcó Chippo. Al principio, no fue una elección libre. Fue una decisión dura, originada en una necesidad imperiosa. Al comienzo, nuestra interacción se dio en las áreas más periféricas de su ser. Era muy importante para él establecer sus credenciales de rebelde (o cuasi-delincuente), cinturón negro de karate, con una cierta predisposición a la violencia. El quería que yo considerase que tenía mucha suerte, porque estaba apelando a los aspectos más gentiles de su naturaleza y por eso no se ponía violento conmigo. Yo decidí no desafiar este aspecto suyo, porque no me sentía ni remotamente amenazado en ese sentido. Por esto pude acercarme a sus aspectos más destructivos. Al darse cuenta de que yo no iba a atacar esa parte de su personalidad, Chippo empezó a tranquilizarse. Si las partes que él consideraba las más duras, peligrosas y temibles, eran aceptadas y valoradas, entonces podía empezar a confiarme las otras partes de su ser, que eran más sensibles y vulnerables. Había encontrado un hogar. Con esto me refiero a un sitio en donde podía finalmente empezar a dar expresión a las voces silenciosas que llevaba adentro y que nunca habían visto la luz del día. Esto me recuerda un viejo proverbio hindú: 'la amabilidad puede hacer salir como por encanto a la culebra de su guarida'.

Por un tiempo, nada se movió mucho en el ámbito externo. La vida de Chippo consistía en una sucesión de días, semanas y meses áridos y aburridos, puntuados por sus tres visitas semanales a mi consultorio. En el reino de lo invisible, detrás de la puerta del consultorio, la actividad era intensa. Yo estaba aprendiendo rápidamente, entendiendo más y más sobre el alma de este hombre. Sobre sus sentimientos de vacío e inutilidad, sobre la profunda humillación que sentía por su incompetencia en los estudios, y sobre sus reacciones negativas ante cualquier cosa relacionada con el aprendizaje.

Sin embargo, ahí no terminaba el cuento. Chippo era un individuo inteligente, perceptivo, con una poderosa imaginación y una intuición bien desarrollada. Era 'psico-dotado', se daba cuenta con gran rapidez de lo que estaba pasando a su alrededor, en mí y en el consultorio. No era que se resistiese a aprender, sino que simplemente tenía ideas estrechas de lo que significaba aprender. Se había rebelado ante todo aprendizaje, porque lo identificaba con la enseñanza escolar estructurada, organizada y masificada que le había causado tanto sufrimiento.

Cuando tomó conciencia de esta confusión, su herida psíquica comenzó a sanar. A medida que su confusión se iba aclarando, se sentía más aliviado, más liviano. Se estaba sacando un peso de encima. Esto no significa que nunca recayera en un mundo de depresión y angustia, pero afortunadamente, las visitas se volvieron menos frecuentes y duraban menos tiempo.

A medida que Chippo se aliviaba, empezó a 'chill'. 'Chill' era una palabra muy importante en su léxico, como lo es para la mayoría de los jóvenes británicos hoy en día. Dado que es una palabra generacional, pedí ayuda a un experto: casualmente, mi hijo tiene la misma edad que Chippo. Su explicación: "'Chill' tiene que ver con un estado de relajación, paz y armonía. Es una actitud, una manera de ser que implica la ausencia de estrés, de tensión. Es lo opuesto a la neurosis. La mente está relajada cuando está 'chilled'. Cuando uno se siente sólido y seguro de sí mismo, está 'chilled'; cuando uno sabe qué es lo que es, y qué no es. Cuando uno no tiene pajaritos en la cabeza, está 'chilled'."

'Chill' es sin duda una idea de tipo inspiracional. Chippo quería aparecer siempre 'chilled'. Esto no tiene nada de raro, ya que toda la gente joven quiere eso; es uno de los ideales más importantes de esa generación. Sin embargo, en su interior -detrás de la máscara - este joven era lo opuesto de 'chilled'; vivía permanentemente tensionado, con 'pajaritos en la cabeza'. A medida que la tensión empezó a disminuir, se empezó a relajar. Esto le proporcionó un poco de paz mental y espacio; ya no se sentía tan perseguido por angustias innombrables. Pudo usar este espacio recién descubierto para empezar a pensar, para hacer un balance de quién era, cuáles eran sus puntos fuertes, cuáles sus debilidades y cómo quería planear su vida.

Poco a poco su vida empezó a cambiar. Comenzó a hacer cosas que nunca había hecho antes. Encontró una novia fija, con la que tuvo una relación satisfactoria de casi un año. También consiguió trabajo en una pequeña escuela primaria de su barrio, como asistente de maestro; esto duró un año y resultó una experiencia cálida y satisfactoria. Los niños pequeños querían a Chippo y Chippo quería a los pequeños. Después de esto, decidió embarcarse en el camino que había elegido. Quería ser un gran empresario, como el señor Richard Branson. Puso en marcha algunos negocios que no le resultaron del todo pero que le dieron una valiosa experiencia, ya que se tomó esos proyectos muy en serio y aprendió mucho. Alrededor de esta época, Chippo le escribió un poema a Dios, que es una buena ventana para ver el estado de ánimo del hombre detrás de la máscara. 

Querido Dios

El haz de luz que lanzas dentro de mi corazón

me ayuda a deshacer las nubes que me confunden

Encerrado, mas no encadenado, lucho por mantener

el control de las yeguas movidas por el sol 

Son fuertes

mas su galope no puede oírse

Las riendas están en mis manos, pero con frecuencia el poder 

me elude

Cuando trato de brillar, a veces la luz se refleja y me ciega

Los reinos que busco son bondadosos y sabios

Tú creces dentro de mí a diario dentro de esta tierra del espíritu

Avisado y astuto puede que seas

Sé que lo que me has dado tiene un propósito

Aunque dolorosa, la lección es fuerte

Me cuestiono

¿Por qué me disparo?

Mis pies están ensangrentados y mi paso busca un norte

mas soy fuerte

Siento la luz y lucho por dejar que me envuelva

Te agradezco tu alabanza

Y las bendiciones que me diste

Te agradezco tu guía en este mar de tormentas

Aunque puedo pilotear nuestra nave

Sé que sólo en parte estoy al mando

La marea me llevará adonde quiera

y el viento jugará su parte 

mas veo el sol en el horizonte

Y parecemos bogar en esa dirección

Mi conocimiento de las tormentas crece

pero me cercan los límites de la experiencia

Tengo más que aprender y tu humor me enseña

Mi impermeable se fue por la borda

…si llueve esta noche, habré de mojarme.

Un poema de Chippo

Este poema es tan conmovedor y revelador porque surge de una parte muy profunda, sincera y transparente de su ser. En artes marciales, el centro de gravedad del cuerpo se llama el 'dantien'. Susan Jeffers (1) nos cuenta que: 

'… El dantien es el campo o reservorio de la esencia vital. En artes marciales, cuando alguien dice, "Retorne al centro," esto significa enfocar la atención en el dantien y dejar que las acciones deriven de esta fuente de poder siempre disponible. Todos tenemos esta zona interior, desde la cual podemos irradiar un inmenso poder. El Maestro Huang lo llama el 'fogón'. Nos enseña que si uno se siente vivo y dichoso y sintonizado con el mundo, su fogón está funcionando bien. Si uno no está sintiendo estas cosas maravillosas, es necesario atizar el fuego.'

La llama en el fogón de Chippo había comenzado a arder, y mi amigo estaba entrando en contacto con su dantien. Estaba 'retornando al centro'.

Habrían de pasar otros dos años entre este poema y el final de su terapia. En este período, Chippo entendió que si quería tener éxito en su ambición de convertirse en un gran empresario, le hacía falta experiencia práctica. 

No cualquier experiencia, sino experiencia trabajando con empresas jóvenes, dinámicas y exitosas. Necesitaba aprender 'cómo se hace' y desarrollar una red de contactos. Diseñó y redactó un currículum, notable por su creatividad, por su tono humorísticamente impertinente y provocador, y lo envió por Internet a veinte empresas que había seleccionado. Necesitaba que sólo una mordiera el anzuelo, y claro, una mordió y así fue como consiguió un empleo interesante, creativo y bien remunerado en publicidad y ventas. 

Esto le proporcionó una sensación de gran alivio, tanto a él como a todos los que estaban preocupados por él. Con la ayuda de sus padres, pudo comprarse una casa: pagaba las cuotas de la hipoteca con el alquiler de varias habitaciones. Esta casa tenía la doble ventaja de darle una medida real de independencia y al mismo tiempo proporcionarle un ámbito social.

Al finalizar el tratamiento, Chippo todavía estaba lejos de su destino final y le quedaba mucho por aprender, pero estaba bien encaminado. ¿Y qué más puede uno pedir?

Antes de dejar el consultorio, quisiera decir unas palabras sobre los padres de Chippo. Cuando una persona tan joven como él entra en psicoterapia, depende mucho de otros, por lo general los padres. Los de Chippo fueron muy firmes en el apoyo que dieron al trabajo que hacíamos juntos. Su confianza les permitió adoptar una actitud benigna, no intervencionista. Nos dieron el espacio necesario para desarrollar nuestra tarea. Tenían confianza en su hijo, tenían confianza en mí y en el trabajo que hacíamos juntos. Aunque habían navegado en la oscuridad, nunca se dieron por vencidos. Un buen ejemplo de lo que son unos buenos padres.

Cuando el tratamiento terminó, me enviaron esta nota:

Querido Eduardo, estamos seguros de que cuando pienses en Chippo será con una sonrisa en el corazón, sabiendo todo lo que él ha logrado, y toda la calidez, humor y trabajo que has puesto en ayudarlo a llegar a este punto. 

Con todo nuestro agradecimiento y afecto, 

Mamá y Papá

Claro que Mamá y Papá tenían razón. Mi corazón sonríe cuando pienso en mi querido Chippo. ¿Cómo no va de otra manera? No sólo era simpático, cálido, agudo e inteligente, sino que también encontró su coraje. La valentía que necesitaba para enfrentarse a la lluvia cuando su impermeable se fue por la borda, y para dar rienda suelta a su imaginación, cantando mientras se empapaba… Para usar las palabras de Chippo, "Apunta a las estrellas y acabarás en el espacio."

El valor y la imaginación son el Camino Real hacia el 'des-aplastamiento'. El valor, como la imaginación, son 'músculos psicológicos' que hay que ejercitar de manera correcta. Con esto no me refiero a ese tipo de coraje del que hizo gala el pobre don Quijote; esa valentía está desperdiciada en la lucha contra los molinos de viento. Usó un bien precioso de manera equivocada. La persona madura debe saber enfocar y administrar el coraje. La valentía, bajo la dirección de la inteligencia, es una fuerza formidable. Mi inteligencia me dice que si queremos encontrarnos con la persona sana que llevamos adentro, tenemos que desmantelar Babel, terminar con la confusión. El coraje es una herramienta imprescindible en esa operación. Un poco de valentía, aplicada con habilidad, puede obrar milagros. A fin de cuentas, los obstáculos que nos cierran el camino, no son otra cosa que espectros, fantasmas ilusorios que nos roban la paz.

El otro ingrediente en la receta, es la imaginación. El valor, sin la compañía de la imaginación, se agota muy rápidamente. Se trata aquí de: "Un hombre será lo que piense en su corazón" Lo que pensamos en nuestro corazón, eso es la imaginación. A medida que desmantelamos a Babel, nos embarcamos en un proceso de liberación de la imaginación; de esta manera, recuperamos algo que nos pertenece por nacimiento: la libertad natural de nuestro ser. Liberarnos no es muy difícil; todo lo que tenemos que hacer es tratar de relajarnos un poco, moderar nuestro juicio, confiar en el proceso de la vida y disfrutar del viaje.

Créame, si queremos ser sanos, no podemos ignorar aquellos aspectos de nosotros mismos y de nuestras vidas que rechazamos o nos incomodan, y simplemente prestar atención a lo que nos gusta y aprobamos. Esto nos partirá en dos: en vez de encontrar a la persona sana, nos daremos de bruces con la persona escindida, que no es a quien queremos visitar en este momento. La llave secreta para la salud interna es expandir la visión del corazón y abrazar la totalidad de nosotros mismos y de nuestras vidas. Un colega argentino me envió hace poco un correo electrónico en el que decía que "La vida es para ser vivida. La vida no es una cosa, es un proceso. Vida es incertidumbre. Vida es misterio. La vida es lo que uno quiere que sea. Todo depende de ti." El hombre tenía razón, y mientras más claramente capte uno la verdad en sus palabras, más cerca estará de despertar.

Estar despierto es algo curioso. Si alguien nos preguntase si estamos despiertos o dormidos, contestaríamos sin vacilar que estamos despiertos - y cuán equivocados estaríamos. He dicho antes que hay inmensas áreas en la base de nuestro ser que fueron enterradas y olvidadas hace mucho tiempo. Como consecuencia de esto, nuestra relación con la fuente se ha vuelto disfuncional. Esto no nos debe sorprender, porque hay muchos aspectos de nuestro ser que no experimentamos, que no 'vivenciamos', y que por ende nunca llegan a expresarse. Estas partes olvidadas son como joyas preciosas que yacen - en un cofre lleno de tesoros - en el fondo del mar de nuestra conciencia, cubiertas por nuestras pesadillas, nuestros temores, inhibiciones y tabúes. Yacen ahí, soñando el buen sueño, esperando con paciencia a ser redescubiertas y redimidas. Algo que todos tendremos que hacer si queremos alcanzar algún día la unidad interior. Si el conocimiento es poder, entonces la ignorancia no es dicha, sino impotencia. Y no conocernos lleva a la ansiedad.

La reconciliación interna es la única vía para obtener la unidad y estar completos. Debemos aprender a perdonarnos realmente por nuestras transgresiones. Debemos luchar por recordar, reconocer y recibir nuevamente, en el campo de nuestra conciencia, todas nuestras voces olvidadas o acalladas. Aprender a escuchar los susurros en vez de los gritos puede ser un paso útil, porque como es de esperar, estas voces son bastante tímidas, después de tanto tiempo en el olvido.

La liberación del Ser nos obliga a sanar y dar la resurrección a todos los aspectos de nuestro ser, para que nuestro estado de unidad completa brille de nuevo en todo su esplendor. Esto es lo que los lenguajes religiosos llaman 'Renacer'; es también una importante victoria sobre las ilusiones del 'Maya', que nos impide ver la verdad; se trata de rasgar el 'Velo de la Ignorancia'; es el 'Camino' del Tao; es sin duda el 'Camino del Guerrero de la Luz' y equivale también a 'Recoger las Chispas Sagradas'. Es todo lo mismo; son diferentes flechas que apuntan a un mismo blanco. En esencia, lo que estamos haciendo es 'Hacer conciente lo inconsciente', o si ustedes prefieren, usando un lenguaje menos técnico, estamos tratando de poner todos los huevos en una gran canasta, para poder tomar responsabilidad y cuidarlos de verdad.

La vida es para vivirla; lo que la vida quiere, si uno puede decir que algo quiere la vida, es ser experimentada y expresada con plenitud. Si hemos de tener éxito en esta intrépida aventura, tenemos que actuar con mayor conciencia, ir más despacio y aprender a querernos, tratando con cariño y paciencia a nuestras áreas no resueltas y creando espacios para la sutileza. La verdadera intimidad es un don del corazón, y sería sabio acogerse a ella y nutrirla, pues no podremos tener una relación íntima con otra persona sin tenerla con nosotros mismos: las dos cosas van juntas. No tenga miedo de sonar el buen sueno. No tema sentir la fuerza plena de sus emociones positivas. No tema usar su valor y su imaginación. Simplemente… no tenga miedo. Uno siempre puede abrirse más. Recuerde que el amor crece para siempre y que la integración conduce directamente a la persona sana de adentro.

Para mi Mamá

1 Jeffers, Susan, End the Struggle and Dance with Life.